Daenerys y el Dragón Azul

Juego de Tronos. Daenerys Targaryen, llamada Daenerys de la Tormenta, La que no Arde, Rompedora de Cadenas y Madre de Dragones.

Dragona Saphira

Película Eragon.

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viernes, 24 de septiembre de 2021

EL MUNDO DE LOS CELTAS Y LOS DRUIDAS


El Otro Mundo para los celtas y sus sacerdotes, los druidas, está formado por varios reinos. Los guías de este lugar son las hadas y los enanos. 

Los Otros Reinos son descritos como pequeñas islas en medio del océano. Las descripciones están ocultas en cuentos y suelen estar muy adornadas. 

El lugar en el que se encuentran, así como las características que distinguen cada isla, suelen cambiar según la fuente que se consulte. 

Cuando se enterraba a alguien, era costumbre incluir un bote para que el difunto pudiera llegar al Otro Mundo. 

Tir nam Ban: País de las mujeres. 

Es el reino de las hadas, diosas, vírgenes, madres y la anciana que trae consigo la muerte. Cuando, en los mitos y leyendas populares, las mujeres ofrecen varitas de avellano, flores de manzano, ramitas de manzano o manzanas, proceden de este reino. Sirven para poner a prueba al ser humano, iniciarlo en los misterios del universo femenino, darle lecciones y mostrarle los hilos del destino que se tejen en este reino. La manzana representa la inmortalidad, la iniciación en los caminos femeninos, el prodigio. 

Tir nam Beo: País de la vida eterna. Es descrito como una isla paradisíaca, lejos de este mundo.

Tir nan Og: País de la eterna juventud; este reino se situaba en la parte oeste del Atlántico, pues es el lugar en el que se pone el sol. Por eso se relaciona con el reino de los difuntos. 

Tir sorcha: País de la luz y la felicidad. Parece que es una isla situada al sur. Allí todo son fiestas y risas. Los conceptos espacio y tiempo desaparecen, de manera que un día en este lugar puede ser una eternidad en el reino de los vivos. 

Tir Tairngire: País de las promesas. 

Mag da Cheo: «Zona de las dos nieblas», descripción poética para el reino del Otro Mundo, morada de los espíritus de la naturaleza. 

Mag Mell: «Zona de las alegrías» o «Zona maravillosa». Lugar que es utilizado temporalmente por los príncipes del Otro Mundo. 

Tir fa Thon: Lugar situado debajo (detrás) de las olas. Es otro país en el paso de la vida a la muerte. Existe la creencia de que la diosa de la muerte posee largos cabellos ondulados que sirven de puente entre los distintos reinos.


EL MUNDO DE ABAJO EN TODAS LAS CULTURAS


El Mundo de Abajo 


Inframundo, Infierno, el Más Allá, el Reino de los Difuntos

En el chamanismo, el Mundo de Abajo es el nivel de los reinos terrenales. Como su nombre indica, está debajo de la superficie de la tierra. La entrada normalmente se encuentra orientada hacia el oeste, por donde se oculta el sol. 

Se divide en distintos mundos, entre los cuales encontramos el Reino de las Piedras, el Reino de los Minerales, el Reino del Fuego, el Reino del Agua, el Reino de la Tierra, el Reino del Aire, el Reino de los Metales, el Reino Vegetal, el Reino Animal, y otros corno el Reino de los Difuntos, de los Seres Naturales y de los antepasados, que después pasó a denominarse Infierno. 

Para los chamanes es la tierra de las fuerzas, la medicina y la curación. Es el mundo de las raíces, la niebla, la energía intercambiable, lo desconocido, también de las propias sombras y de las acciones reprimidas que no fueron llevadas a cabo según las leyes de Dios. 

En este nivel todo es posible, incluso lo imposible. Aquí se ponen a prueba la valentía y la pureza del corazón, así como las verdaderas intenciones de la persona. Desde el punto de vista de un chamán, el Mundo de Abajo no es oscuro ni está muerto. Allí se puede entrar en contacto con los espíritus, con los protectores de los animales y los árboles... Pues el Mundo de Abajo está unido al Mundo de Arriba de forma misteriosa. 

El ser humano puede cambiar y liberar allí las energías, cruzarse con sus someras y descubrir su fuerza. También es posible encontrar la medicina para los distintos tipos de curación; por ejemplo, descubrir que un animal puede ser medicina para nosotros. Puesto que la zona del infierno es la más difícil y la que más afecta a los seres humanos, se ha convertido en el aspecto más complicado de la contemplación. Pero sólo es una parte del Mundo de Abajo. Es la morada «de los espejos del alma», del karma y del juicio final. Aquí el ser humano puede cumplir con su mandato y canbiar en vez de negarse a sí mismo.

El Mundo de Abajo en otras culturas 

Acadia: Aralu. Allí domina Nergal (cios de la guerra, que en sus apariciones como dios del Mundo Superior, toma la forma del sol y origina los rayos) junto a Allatu (reina del Inframundo). Los muertos habitan una cueva oscura en el centro de la tierra, rodeada por siete muros. 

Azteca: Mitclan. Reino de los difuntos, situado en el norte. Es el Mitnal de los Mayas. En Mitclan gobiernan Mictlecacihuatl (soberana del mundo de los muertos, representada con el cuerpo pintado de negro, calaveras y huesos blancos) y Mictlancihuatl (soberano del mundo de los difuntos, además de calerdario y dios del Tiempo; es representado como un esqueleto con dientes protuberantes y un cuchillo de piedra como nariz. Se asocia a los siguientes animales: murciélago, búho y araña). Todos los muertos tienen que descender a este reino, menos los que perecieron en la guerra o murieron en la cuna. Aquí tienen que cruzar un río con nueve afluentes. Puesto que para los aztecas un perro acompaña a los difuntos, éste es añadido a la tumba. 

Budista: Naraka (término sánscrito para el Infierno). Una zona conformada por 7 u 8 cavernas principales y entre 16 y 128 cavernas secundarias, donde los seres humanos que se han portado mal en vidas anteriores son castigados.

China: Huang-ch'üan (término chino para «fuente amarilla»). Allí retornan todas las almas humanas que no se han convertido en hsien (santos, maestros, sabios) y son transformadas y purificadas. La «fuente amarilla» se encuentra en el norte, y por esa razón los muertos son enterrados al norte de la ciudad y con la cabeza orientada en esa dirección. Huang Feihu, el tigre volador amarillo, es el juez de las almas que se encuentran en una montaña. A menudo es representado como un toro con un único ojo y una cola de serpiente. 

Egipcia: Duat es la denominación que se le da al Mundo de Abajo, el país del Más Allá, al oeste del Nilo. La Duat subterránea y la celestial se tocan en el este y el oeste. En la parte inferior tiene lugar el juicio final, donde se pesan los corazones. El que supera la prueba puede seguir su viaje hacia Earu, en el Mundo Superior. En el Inframundo se encuentran los elementos cielo, tierra, agua y montaña. En la Duat se sumerge el sol para dar paso a la noche. El jeroglífico para la Duat es una estrella. 

Germánica: Véase el capítulo Yggrasil. 

Griega: Hades. Inframundo en la parte occidental de la corteza terrestre que se encuentra cerca del océano. Es un reino tenebroso bajo la superficie terrestre en el que gobiernan el dios con el mismo nombre y Perséfone (diosa del Inframundo y de la fertilidad que en primavera florece y en invierno vuelve a morir). Las entradas al Hades se encuentran en el Peloponeso, en el mar Negro y en el lago del Averno. Hermes, el dios griego, dirige las almas de los muertos a través de la puerta de bronce. El barquero Caronte los conduce por el río de los difuntos. Detrás de él hace guardia el can Cerbero, que deja entrar a cualquiera pero no permite salir a nadie. Según sea la salida del reino de los difuntos, los justos pueden ir a Elisio; los demás hacia el Tártaro, que equivale al Infierno. 

Inca: Ucu Racha. Está en el centro de la tierra y es el lugar del frío y el hambre. 

Judía: Abbadon 4. Región del Inframundo al lado del Sheol y del Ge Hinnom. Es descrita como el lugar del deterioro, el exterminio y la decadencia. Es donde actúan los espíritus de los difuntos. Lapona: Pohjola (el norte, reino de los difuntos finlandés). Es el lugar de la oscuridad y el frío. Se encuentra en la parte más al norte, donde las nubes del cielo tocan con el horizonte de la tierra. Su soberana es Louhi. Los difuntos, antes de llegar a este reino, tienen que cruzar un amplio río con fuertes remolinos y escalar la montaña helada del mundo ayudándose con las uñas.

Maya: Mitnal, Xibalba. Reinos de los difuntos. Mitnal es un mundo tenebroso y triste en el que entran las almas de los seres humanos que fueron pérfidos y oscuros. Hunahau, dios de los muertos, gobierna en este mundo. Xibalba es otro reino de los difuntos, gobernado por Carne (héroe de los mayas). Se llega a él a través de escalones muy empinados, violentos ríos, desfiladeros estrechos con infinitos arbustos llenos de espinas. Aquí se cruzan cuatro caminos: uno rojo, uno negro, uno blanco y uno amarillo. 

Polinesia: Po. País de las penumbras al que retornan las almas cuando no pueden alcanzar Hawaiki (la isla de los bienaventurados). Po es descrito como muy amplio, negro, oscuro e infinito. Allí gobierna Miru, el dios del Inframundo. Atrapa con su red las almas de las personas sencillas, de los ladrones, de los criminales y de todas las personas infelices y los introduce en sus hornos, cuyo fuego no tortura sino que simplemente desintegra.

Romana: Orcus. Reino de los muertos y las sombras. Orcus también es el dios del Inframundo y amo del reino de los difuntos, el que arrebata la vida y deja que se deteriore. Orcus se corresponde con el dios griego Hades. 

Sintoísta: Yomi-no-kuni. En Japón es descrito como el país de la noche. Es el país de los muertos y está situado bajo el Mundo Terrenal. Allí gobierna la diosa Izanagi como la primera bajo los difuntos.


domingo, 19 de septiembre de 2021

EL MUNDO INTERMEDIO EN TODAS LAS CULTURAS

 

El Mundo Intermedio

Aquí y ahora, Realidad, Mundo Terrenal, Tierra Media

El Mundo Intermedio es el espacio entre la parte superior y la inferior. Aquí es donde se teje el tapiz de la vida. En la red de wyrd (la energía cósmica), las dimensiones se conectan unas con otras, el reino solar con la tierra viva y cotidiana, las fuerzas del Mundo Superior con las del Inframundo, el reino de los antepasados y difuntos con el de los vivos. Aquí las señales y símbolos secretos, que alguien que no conozca el mundo interior no podrá descifrar, son transmitidos por los portadores de energía. 

Una persona que tiene experiencia con Otros Mundos se convierte en un místico lector de su alma, también de los lugares y seres que lo envuelven. Nada es casualidad, pero a menudo aún no podemos interpretar las finas y delicadas señales que se entretejen unas con otras en la red de Wyrd y que nos anuncian el siguiente gran paso. Pues ya no estamos unidos de forma consciente con los Otros Reinos, y a menudo apenas nos reconocemos a nosotros mismos.

El Mundo Intermedio en otras culturas

Budismo: Chakravada. El Mundo Terrenal en el que viven personas y animales. En su centro se encuentra, rodeada por el océano, la cima del monte Meru con sus siete niveles. Está situada por encima del Narakas (Infierno) y por debajo del Devaloka (Mundo Celestial). Sólo a través de ella es posible liberarse definitivamente del samsara, el círculo de la muerte y el renacimiento. 

Germánica: Yggrasil. 

Hinduista: fambudvipa es el Mundo Intermedio, es decir, el mundo terrenal de los humanos. Jambudvipa es sánscrito y significa «continente del manzano». Con ello se hace referencia a la imagen del mundo que tienen los hinduistas: un continente central con forma de anillo. Jambudvipa se representa como un disco con siete círculos continentes con forma de anillo, también mares con forma de disco y seis franjas montañosas. La central se divide en dos cadenas montañosas de tres zonas cada una. La región más al sur se llama Bhara-ta-varsha. Se denomina así por su primer soberano: Bharata. A este mundo pertenecen los cuatro yugas (las eras que retornan una y otra vez de forma periódica). Aquí actúa el karma (la ley cósmica de la causa y efecto de las acciones más allá de la muerte) y dirige a los hombres hacia el mundo celestial o subterráneo. 

Inca: Huri Pache. Para los incas, la definición para el Mundo Intermedio. 

Judía: Eres (término hebreo para «tierra., «suelo.). Según la representación judía, nuestro planeta es un disco plano compuesto por tierra roja cultivable y suelo de color gris claro en las zonas desérticas. La vida surgió del suelo cultivable. La Tierra reposa sobre el gran océano original (Tehom) que está circundado por el mar salado. Está conectada con el agua dulce subterránea de la que brotan las fuentes. La Tierra es el lugar en el que habitan los humanos. Al principio estaba desierta y vacía, antes de que Jahwe-Elohim (Nombre del Dios único) la proveyera con su creación, que duró seis días. Él creó las constelaciones, los elementos, las plantas, los animales y finalmente los seres humanos. El cielo integra el trono de Dios, y la Tierra es su asiento. La Tierra es imperfecta y provisional. Lo que ocurre en la Tierra no tiene trascendencia si no está validado por el cielo. Al fin de los días se creará una nueva Tierra, sin edad, dolor e injusticia.

Polinesia: Ta Taron. El Mundo Terrenal fue creado por el dios Taron, el cual vivía solo en la oscuridad de un caparazón hasta que dio un empujón al huevo, que se rompió y pudo salir como crisálida. Lanzó una mitad de la cáscara al suelo y la mitad exterior al cielo. En primer lugar creó los dioses; luego sacudió sus plumas, de las cuales surgieron las plantas, animales y otras criaturas. El Mundo Terrenal está compuesto por Te Tumu (la fuente) y Te Papa (las rocas), creados a partir de la cáscara interior.


EL MUNDO DE ARRIBA EN TODAS LAS CULTURAS


El origen y el final determinan el espacio intermedio. El origen es el momento del nacimiento de los distintos mundos y dimensiones, y el final los une de nuevo. Detrás de ambos actúa la eternidad, lo no temporal.

Un chamán es una persona que puede establecer un enlace entre los distintos mundos y dimensiones. Entiende las conexiones internas y externas que existen en la unidad de todo ser. Como intermediario de los distintos mundos y dimensiones, traduce los mensajes de dioses, antepasados, espíritus, animales, plantas, piedras, demonios, etc. 

Normalmente viaja a través de las ondas del sonido de los tambores y entra en contacto con dioses, seres naturales, seres de luz, espíritus de antepasados, animales, plantas, piedras y demonios. Con ello consigue obtener una visión más amplia de la totalidad y actúa partir de ella. A través de esto puede explicar relaciones, curar, leer el destino, etc. 

El chamanismo existe en todas las partes del mundo y en distintas formas. Como en las mitologías, los chamanes dividen el mundo en tres zonas: el Mundo de Arriba, el Mundo Intermedio y el Mundo de Abajo. Cuando un chamán ha entendido la fuerza de estos reinos, puede acceder a los demás espacios de los tres mundos: el mundo de los antepasados, el mundo de los difuntos, el mundo de los elementos y el mundo de los reinos antiguos. 

A continuación se explican los conceptos Mundo de Arriba, Mundo Intermedio y Mundo de Abajo.

El Mundo de Arriba

Mundo Superior, Mundo Iluminado, Cielo, Ciudad del Sol, País del Verano.

Como Mundo Superior o de Arriba se designa generalmente un espacio que se ordena en la parte superior del mundo. Son las residencias y reinos de los seres divinos, dioses y diosas, maestros, ángeles, elfos de la luz, dioses de la naturaleza y de la tierra (por ejemplo Pan, Neptuno, Poseidón y la Frau Holle alemana), de los seres cósmicos y almas iluminadas de los seres humanos espirituales y afectuosos. El Mundo de Arriba comprende los Reinos de la Luz y del Sol. Da lugar a enseñanzas, sabiduría, inspiraciones, sugerencias y ayuda, además de nuestros maestros/as, curanderos/as, guías... 

El reino iluminado está normalmente unido al reino de los humanos a través de un puente brillante, el arco iris de la esperanza. El Mundo de Arriba es ilimitado, amplio, lleno de armonía, colores y tonos.

El Mundo de Arriba en otras culturas

Azteca: Omeyocan, el lugar de la dualidad. Para los aztecas éste es el más alto de los 13 cielos y la residencia de los dioses Ometeotl (dios creador) y Omecihuad (diosa creadora). De este cielo descienden las almas con su destino predeterminado hacia la Tierra, para nacer como mortales. 

Budista: Abhirati, Jodo y Sukhavati. Abhirati es sánscrito y significa «Reino de la Alegría». Es un paraíso intermedio budista, que se encuentra en el este del universo y que es regido por el buda Akshobhya junto a la diosa pacificadora Locana. Jodo es el país de Buda o el paraíso de Buda, el país de los iluminados, regido por un buda trascendente. Es una etapa previa hacia el Nirvana, la meta final del anhelo budista, la liberación definitiva. Sukhavati es el paraíso de la alegría, que está colmado de una luz inconmensurable y ofrece a todos los seres delicias inimaginables y espirituales. Es considerado el «Reino Puro» y se encuentra al oeste del universo; su soberano es el Buda Amithaba. A través de la fe profunda y la repetición de su nombre, todo el mundo puede volver a renacer y tener una vida feliz hasta la entrada final en el Nirvana. 

Celta: Annwyn (irlandés/celta: emain ablach). El no-mundo galés. El reino de las hadas del Más Allá, la isla de los santos. Aquí los difuntos son recibidos por luz y colores, baile y música, comida y bebida, y por los brazos de un amado o amada.

China: Cb'ung-Ming y K'un-lun. Ch'ung-Ming son las islas de los santos, los inmortales. Se encuentran en el mar de la China Oriental, frente a la desembocadura del Jangtsekiang, el río Amarillo. No pueden ser alcanzadas por ningún ser vivo, pues todo barco que lo ha intentado ha sido desviado por el viento, ha volcado o las islas se han hundido ante los tripulantes del barco. K'un-lun es una sierra china que se encuentra al oeste. Está considerada el lugar de la felicidad y la residencia de los inmortales. Está tres o nueve plantas más arriba y tiene los mismos pisos debajo de la tierra. Lao-Tsé, por ejemplo, desapareció en K'un-lun cuando al final de su vida se dirigía hacia Occidente. La soberana de este reino es Hsi-Wang-Mu, la diosa de la inmortalidad. Vive en un palacio de jade de nueve plantas, rodeado por un muro de oro puro. Los Hsien masculinos (inmortales, santos y sabios que han sido desplegados al cielo (por ejemplo Laotse y Confucio) viven en el ala derecha del palacio y los Hsien femeninos en el ala izquierda. En todas partes suena música mágica y en el jardín del palacio crece un árbol en el que cada 6.000 años madura un melocotón que concede la inmortalidad. 

Egipcia: Earu significa «campos triviales». Es el mundo del Más Allá egipcio en el cielo oriental, el reino lúcido de los difuntos, que el ser humano podrá pisar tras un dictamen positivo en el Más Allá. Aquí podrá proseguir con sus actividades terrenales. Germánica: Véase el capítulo Yggdrasil. 

Griega: Olimpo y Elysiom. El Elysiom es un paisaje paradisíaco, una isla de los santos, donde siempre es primavera. Este lugar se encuentra en la parte más occidental de la tierra y está rodeado por el río del Olvido. Allí residen los santos que han conseguido, gracias a la cortesía de los dioses, la inmortalidad. Es parte del Olimpo, la residencia de los dioses y las diosas. 

Hinduista: Loka, Glolka. Los mundos celestiales de los hinduistas es el lugar donde viven los dioses. En el Triloka, las tres grandes esferas —Cielo, Tierra e Inframundo— comprenden ocho regiones celestiales: Bhurloka, Bhuvarloka, Svarloka, Maharloka, Janarloka, Tapoloka y Satyaloka, que se agrupan bajo el concepto Loka, así como Glolka, que es la más alta de todas. Es la residencia de los dioses hinduistas Krishna, que vive unido a Radha, y Vishnu, el dios de la luz y el sol, defensor del orden cósmico. 

Húngara: Kacsalabon forgo var. Una fortaleza en el cielo. Es transportada por una pata de pato que está fijada en la tierra y gira alrededor del árbol del mundo (Tetejetlen nagy fa), a través de las múltiples capas del cielo y la tierra hasta lo más alto de la bóveda celeste. La cima debajo de Tetejetlen nagy fa es la cima de la montaña del mundo. Trepar por el árbol forma parte de las pruebas de un chamán (talos). En la planta superior del Kacsalabon viven los istos (creadores y dioses superiores), demonios, espíritus, herones (dioses del tiempo) y sarkany (dragones gigantes). 

Inca: Hanan Pacha y Tialocan. Mundo del Más Allá paradisíaco de los incas al que llegan las almas de los difuntos a través de un puente trenzado con cabellos, si es que no tienen que ir al Inframundo (Ucu Pacha). 

Islam: Djanna (voz árabe para «jardín» y «paraíso»). Tras el juicio final, es el paradero de los escogidos y los bondadosos. Tiene forma de pirámide —o cono— de ocho plantas y ocho puertas. En el piso más alto crece un loto cuyas ramas lo eclipsan todo. El jardín es un país en el que fluyen el vino y la miel, la leche y el agua. Alfombras y sillones exquisitos cubren el suelo. Los santos son atendidos por las huris, las vírgenes sabias. De éstas existen dos tipos, humanas y djin; son de color ambarino, alcanfor, azafrán y almizcle, y tan suaves y transparentes que la silueta de sus piernas brilla incluso a través de setenta trajes de seda. Saludan a todo aquel que entra en el paraíso y lo miman por sus buenos actos. 

Judía: Shamajim (término hebreo para «cielo»). Al segundo día del inicio de la Creación, Dios creó el firmamento, la parte visible del cielo, como bóveda y presa entre el agua de la lluvia y el agua de los mares, ríos y suelo. El cielo es la residencia de los piadosos y bienaventurados, y el lugar en el que viven los ángeles que miran a Dios. 

Lituana: Duazos. El país de los bienaventurados. Allí van a parar las almas de los difuntos en caso de que sigan siempre la Vía Láctea y mientras no tengan que seguir viviendo en árboles para hacer penitencia. 

Polinesia/hawaiana: Rumia, Hwaiki. Rumia es el mundo celestial. El cielo se ha construido a partir de la capa más externa del Cosmos. Sus apoyos proceden del Mundo Terrenal, y el espacio intermedio es atravesado por la diosa Atea (diosa del cielo, de la luz). 

Sintoísta (Japón): Takama-ga-hara. Parte superior del cielo. Se representa como un lugar amplio con montañas y ríos, árboles y plantas, cuadrúpedos y pájaros. Es la residencia de las deidades que normalmente dan consejos sentadas sobre piedras en el cauce de un río. Takama-ga-hara está unida al Mundo Terrenal a través de un puente (Ama-no-uki-hashi).


miércoles, 8 de septiembre de 2021

LOS SERES ELEMENTALES DEL AGUA


Los seres del Reino del Agua

El Elemento Agua tiene vida propia. Está lleno de seres que encarnan las propiedades del agua. Donde haya agua, hay seres acuáticos. 

Existen guardianes de las fuentes, ondinas, que viven en los movimientos del agua, sirenas que cuchichean en las rocas, muchos tipos de ninfas, nereidas que mantienen el agua limpia, la cargan y dirigen sus corrientes, espíritus del agua que arrastran con bailes a sus admiradores hacia el fondo, elfos del agua, hadas del agua, dragones del agua... 

Los seres del agua son un manantial de energía rica, purificadora y de propiedades curativas. A menudo despiertan en el ser humano el amor hacia el goce y la belleza, así como el amor hacia sí mismos y hacia el mundo. Despiertan sentimientos verdaderos y transforman por ejemplo las lágrimas de dolor en perlas. Envían inspiración, corazonadas sobre la intuición, nuestra voz interior. 

Pero también pueden arrastrar a los seres humanos hacia un torbellino de pantanos malolientes y con ello conllevan situaciones arriesgadas. 

Los seres del agua muestran las siguientes características: suelen ser femeninos y bellos, finos, agraciados, seductores, atractivos, sensuales, románticos, juguetones, pero a veces atrayentes y perversos. Son comprensivos y suelen estar dispuestos a ayudar, son también sensibles y generosos. Les gusta cantar, adoran la música y el sonido. Se mueven en el agua, debajo del agua y en algunos casos también en formas energéticas del agua. A menudo pueden abandonarla por un tiempo determinado, pero están ligadas al agua de la que son responsables. 

La tarea de los espíritus del agua es proteger al agua con todos sus secretos, enriquecerla energéticamente, purificarla, vitalizarla y ocuparse de todas las formas de vida que habitan en ella. Dan al agua sus propiedades específicas.

Un regalo mágico de los seres del agua es el espejo en el que nos permiten reflejarnos, tras haber tranquilizado y aplanado una superficie movida. En este espejo podemos ver el pasado, el presente y el futuro, así como descubrirnos a nosotros mismos. 

Otras de sus dotes son el cáliz de la curación, en el que nos ofrecen la bebida curativa, el agua de la vida, el agua de la juventud eterna, o nos ofrecen los tesoros de los reinos del agua, como perlas, coral, oro de barcos hundidos, etc.

Orden del Reino del Agua 

1. Guardianes: 

Neptuno y Lunara. 
Son inteligencias divinas que protegen y vigilan el Reino del Agua. 

Neptuno es el dios romano de las fuentes y el agua, por él se denominó así a un planeta y él es el guardián y protector del Reino del Agua. 

Lunara es la diosa de la luna, que fue venerada por grandes diosas como Isis, Ishtar o Remeter. Ella determina las mareas, las fuerzas magnéticas y las corrientes ejercen mucha influencia sobre el Elemento Agua. 

2. Superiores: 

Las ondinas. 
Soberaro: Nicksa. 
Símbolo: rana/delfín. 

3. Primer nivel de desarrollo: 

Forma del agua:

Seres elementales del agua en el animal y el hombre. Hombres, ondinas, sirenas, espíritus del agua, hadas del agua, Selkie (espíritu del agua que se encarna en un lobo marino), hadas del río. 

4. Segundo nivel de desarrollo: 

Distintos tipos de ninfas, ondinas. 

5. Tercer nivel de desarrollo: 

Reyes y reinas ondinas, nereidas y ninfas superiores. 

6. Nivel cósmico: 

Devarajahs, Devas, hadas del agua y ángeles (por ejemplo, el arcángel Gabriel) que protegen desde el cosmos el Elemento Agua. 

7. Dioses y diosas: 

Poseidón (dios de los mares griego). Ningyo (diosa de los peces japonesa). Afrodita, diosa griega del amor y de la belleza). Ea (dios babilónico del mar y las artes). Aryong-Jong (diosa coreana de la lluvia). Doda (diosa serbia de la lluvia). IxChel (diosa maya-serpiente del agua).

Otras adscripciones

Tattwa: Agua-Tattwa, media luna plateada, que se convierte en gris. 

Planetas: La luna (sentimiento) y Venus (Amor, belleza). 

Metal: Plata. 

Minerales, piedras, piedras preciosas: Corales, madre-perlas, perlas. 

Colores: Todos los tonos, desde el azul hasta el turquesa y verde, así como rosa y magenta hasta violeta. 

Instrumentos: Voces cantantes, instrumentos de cuerda (violín, guitarra y cítara), flauta de caña, instrumento que hace llover. 

Humos y aromas: Azucena de agua, sal marina, ámbar. 

Símbolo: Luna.

Características de los seres del agua 

Se pueden mostrar en forma de distintos animales acuáticos. Cuando los seres del agua aparecen, lo notarás como humedad en la piel, como una lágrima en el rabillo del ojo, gotitas, chispas...

Caminos hacia el mundo de los seres del agua 

Las puertas hacia los Reinos del Agua se encuentran donde fluyen juntamente dos aguas o donde chocan el agua y la tierra, como una gruta en un lago. Otras entradas son charcos o agua que se queda estancada en el hueco de un árbol. También están en las cascadas, donde se crea un hueco detrás del agua que baja por las piedras, en fuentes, lagos, estanques, balsas, en las cavidades que hay entre las plantas acuáticas y el agua.

Los seres del Agua en los seres humanos 

Somos una parte del agua, y el agua es una parte de nosotros. Las venas recorren nuestra piel, nuestros tejidos y nuestros órganos. A través de ella tiene lugar el aprovisionamiento, la limpieza y el intercambio. Orina, mocos, sudor, saliva o jugos gástricos son otros fluídos corporales que ayudan a mantener el cuerpo, a mantener en pie sus funciones, a purificarlo. 

El agua está relacionada con nuestro sentir, con nuestro cuerpo emocional, que de todas las energías corporales que nos rodean es la más extendida. Siente algo mucho antes de que nuestra mente empiece a analizarlo.

• Pequeño ejercicio con los seres del Agua 

• Concéntrate en el agua que hay en ti. Siente hacia tu interior. 

¿Qué aspecto tiene tu entidad acuática? ¿Es grande o pequeña? ¿Está compuesta de muchas partes o sólo por una? ¿Está limpia y es clara o más bien está sucia? ¿De qué color es? ¿Es clara u oscura? ¿Se estanca en algún lugar determinado y no puede fluir? Si es así, ¿Que la bloquea? ¿El agua en ti está en movimiento? ¿Fluye, corre, circula en ti? ¿Se puede encontrar en todas las partes de tu cuerpo, o hay lugares que están más o menos provistos? 

Entra en unión con el Elemento Agua que hay en ti. Observa qué es lo que necesita para que sea saludable y te favorezca.




martes, 7 de septiembre de 2021

LA NATURALEZA Y LOS SERES ELEMENTALES


«Cada gesto es una fuerza que actúa en los diferentes mundos. Equivale a corrientes, colores y ondas, y alcanzará a una multitud de seres de nuestro alrededor.» 

OMRAAM MIKHAELANANHOV (sabio y erudito, 1900-1986)

Estamos rodeados e impregnados por infinitos reinos y dimensiones. Cuando día a día nos movemos por nuestro mundo, tan sólo lo hacemos dentro de un espacio reducido. Estamos inmersos en pensamientos, a menudo parece que ni estamos, atendemos a nuestras obligaciones cotidianas y nos ocupamos de nuestros asuntos. Éste también es entonces el espacio de nuestro inconsciente. 

Vivimos en el mundo material con todas sus leyes, a las que todas las personas, sin apenas cuestionárnoslo, estamos subordinados. Aquí hay tiempo, espacio, distancia, inicio y final, gravedad, ciclos, ritmos, estructuras polares como más y menos, día y noche, arriba y abajo... 

En el mundo material estamos sometidos a las ordenes de las leyes físicas; aquí sólo vale lo que podemos ver, medir, tocar, etc. Pero los reinos espirituales tienen sus propias leyes. En ellos se cruza el umbral de lo que no tiene fronteras. 

Para llegar a estos mundos el primer paso que uno debe dar es cambiar la forma de pensar y empezar a andar por nuevos senderos, ser creativo y dejarse llevar por nuevas percepciones que abren las puertas hacia estos nuevos lugares. 

En los mundos espirituales y en las diferentes dimensiones los seres no están ligados a los conceptos espacio y tiempo. Sus leyes suelen ser contrarias a las del mundo físico. No existe la distancia. Aquí no existe la gravedad. Las formas materiales no suponen ningún obstáculo para estos seres vivos. Pueden cruzar la materia, permanecer dentro de ella, avivarse con la fuerza y la luz del cosmos, cargarse de energía y abandonarla de nuevo. Pueden mostrarse y después desaparecer. Arriba puede ser para ellos abajo, y la oscuridad, claridad. Pueden cambiar su forma, ya que son energía en estado puro. La energía no se destruye, sólo se transforma. 

Los habitantes de estos reinos tan sólo están supeditados a las leyes divinas, las leyes de causa, efecto, oscilación, concordancia, ritmo, etc. 

Los Seres Naturales tienen distintas capacidades. Los Seres Elementales, por ejemplo, sólo pueden mantenerse en el elemento del que provienen, al que protegen, mantienen, construyen, guían y dirigen. 

Los Seres Naturales incluyen a los Elementales, pero pueden estar en dos o más elementos. También existen seres que han salido de los flujos de ángeles e inteligencias de mundos superiores, otros han sido creados por humanos, y otros que se sienten a gusto en la oscuridad, y que intentan arrastrar hacía sí a los humanos y a otras criaturas. 

Abrirse a estos Mundos Elementales y Naturales significa tomar contacto con una parte de nuestra alma. En estos mundos los magos, los druidas y las brujas despliegan sus poderes mágicos; el héroe, su fuerza sobrenatural; el hombre, sus conocimientos. 

Al abrirnos a estos mundos, nos invaden fuerzas, capacidades y conocimientos nuevos que nos facilitarán nuestro día a día y nos ayudarán a superar obstáculos y dificultades. Además se despertará nuestro amor por la vida, por la creación y la tierra viva, con lo que cambiará nuestra relación con la naturaleza. 

Aquí podemos encontrar el gran tesoro de nuestra alma, el Santo Grial y el Elixir de la Eterna Juventud. Pero hasta entonces es necesario superar muchos obstáculos, deberes y pruebas. Los Seres Naturales nos guiarán hacia las dimensiones espirituales de la tierra. Pero cuidado: el que alcance el nuevo reino tiene que saber regresar, pues allí desaparecen los conceptos tiempo y espacio. El olvido puede borrarlo todo y el sueño convertirse en realidad. Cuando uno despierta, nada es como antes.



lunes, 7 de septiembre de 2020

ALEJANDRO MAGNO, HADAS Y SERPIENTES


Hay que hacer una aclaración en lo que los antiguos llamaban propiamente serpientes, serpens, las cuales, según ellos, no diferían de los dragones sino por su menor talla y más todavía por su picadura mortal. Las distinguían en varios géneros, pero sólo tres eran célebres, a saber: el basilisco, el áspid, que es nuestra víbora, y la serpiente propiamente dicha, que es nuestra culebra.

Puede haber confusión cuando se trate de determinar si la serpiente de que Alejandro el Grande se vanagloriaba de ser hijo, a causa del sueño de su madre Olimpia, pertenecía a la clase de las culebras o a la de los dragones. 

Alejandro creía haber zanjado la cuestión diciendo que esa serpiente era un dios. Pero si mi opinión pudiese tener algún valor, diría que me inclino a creer que debía ser un reptil venenoso, ya que engendró a un conquistador; luego se podría alegar aún otra razón, aunque menos directa, y es la siguiente:

Los reptiles venenosos poseen la singular facultad de fascinar con su mágica mirada a los animales que han de ser su presa, de modo que esas pobres y estúpidas víctimas van por sí mismas a arrojarse en su emponzoñada boca.

Hasta los hombres mismos están sometidos al poder de este encanto, si hemos de creer a ciertos viajeros. Uno de éstos, especialmente, cuenta ese fenómeno, del que él mismo experimentó el terrible efecto: a pesar suyo caminaba hacia la abierta boca de un boa, que le fascinaba con la mirada, y todos sus esfuerzos no bastaban a desviarle de la línea recta que le conducía a la garganta del monstruo. Felizmente para él, llevaba un fusil, y un fusil no se deja fascinar por el miedo como una curruca o un cobarde. Salió el tiro, y la explosión destruyó el mágico encanto, quedando en libertad, el boa y el viajero, de escapar cada uno por su lado.

De todos modos, los pueblos de la antigüedad sintieron siempre gran terror por las serpientes, y sólo por esta causa las divinizaron a menudo, o cuando menos las rodearon de gran veneración.

No se si podrá negar que los hombres tienen una innata tendencia a adorar todo lo que temen y a sembrar el desprecio y la infamia sobre todo lo que no les inspira temor. 

Los emperadores romanos, son un ejemplo, por ser considerados dioses durante su vida y arrastrados por el fango después de su muerte.

Las serpientes, pues, han desempeñado siempre un gran papel en la historia, hayan sido o no padres de reyes, como la de Alejandro.

Según Policiano, el carro de Saturno o del Tiempo, que todo lo devora, estaba tirado por serpientes; se representaba el emblema del tiempo por una serpiente que se muerde la cola; también se figuraba a la Sabiduría por uno de esos animales. El horroroso y petrificante terror se materializaba por una cabeza de Medusa cuya cabellera estaba formada de serpientes. Finalmente, el caduceo de Mercurio, dios del comercio y de la diplomacia, tenía dos serpientes entrelazadas, para demostrar que cuando se trata de un asunto comercial y diplomático, los dos bichos más venenosos pueden entenderse perfectamente y aun ayudarse, hasta que el uno devora al otro.

No hace aún mucho tiempo, se contaba que las hadas perdían todo su poder sobrenatural cierto día del año, y que durante ese día fatal se volvían serpientes o culebras, estando expuestas entonces, sin ningún recurso mágico, a todos los inconvenientes de una verdadera culebra, a la que cualquiera podía matar sin el menor inconveniente. Por esto tenían ellas buen cuidado de ocultarse en los retiros más inaccesibles, lo que no impedía que algunas veces les sucediesen accidentes.

Si una persona era bastante caritativa para acudir en su auxilio cuando un maligno muchacho las tiraba de la cola o cuando un grosero labriego se preparaba a aplastarles la cabeza con una piedra, etc., esa persona, según su sexo, se casaba necesariamente con un príncipe o una princesa, se volvía rico y feliz para toda su vida, y tenía muchos hijos, lo cual miraban las hadas como el complemento de la dicha perfecta.


jueves, 6 de agosto de 2020

EL ÁRBOL DE LA VIDA. CUENTO DE DRAGONLANCE


El sol que caía a plomo sobre el rostro de la dríada le hizo lamerse los labios. Dirigió la mirada por enésima vez hacia el Dragón Azul y su jinete aplastado. Los restos esqueléticos de los árboles resecos se habían desplomado con la caída de los dragones desde el cielo, por lo que la zona se veía aún más desolada y calcinada por el sol que antes. Para la dríada, el paisaje era del todo distinto a su aspecto habitual. Ahora, en lugar del fresco bosquecillo y los prados bañados por el sol, sus ojos, en otro tiempo verdes, descubrían tierra abrasada y hierba seca, huesos de roca expuestos y troncos de árboles muertos. No había llovido en aquella región desde hacía mucho y la dríada sabía que si continuaba así, ella y su árbol morirían aquel mismo día.

Por debajo del pecho del jinete asomaba un gran odre de agua. La dríada maldijo en silencio el hecho de que ambos hubieran caído justo fuera de su alcance y de su mustio árbol. «Si el combate de Dragones hubiera empezado un poco antes y el Dragón Azul hubiera caído un poco más cerca —pensó—, tal vez habría podido salvar a mi árbol con el agua de ese odre». Pero, no podía alcanzarlo por algo más de un palmo.

Se volvió hacia su árbol y desesperó. La debilidad que sentía era un reflejo de la del reseco roble que la había engendrado, tantas temporadas atrás. Sólo unas cuantas lunaciones antes, la tierra era verde y fértil, con árboles, pájaros y otras formas de vida forestal. Ahora todos se habían ido… todos estaban muertos. Y, a medida que el paisaje cambiaba, lo mismo le ocurría a ella. Mientras las hojas caían de los árboles y la hierba se volvía quebradiza bajo el sol abrasador, su piel había pasado de la palidez al bronceado. Su largo y espléndido cabello, en otro tiempo de un vivo color verde, ahora era de un castaño mate y de apariencia quebradiza.

—¿Cómo puedo proteger la tierra de esta horrible sequía? No es natural —murmuró para su árbol. No obtuvo respuesta a la afligida pregunta. Apoyó la mano con delicadeza sobre una raíz prominente—. Eres el último árbol que queda, pero no durarás mucho más. Ojalá pudiera conseguir el agua de ese humano antes de que ambos muramos. Encontraríamos una solución. Sé que podríamos.

Se levantó una suave brisa que alborotó el cabello de la dríada alrededor de su cara. Unas cuantas hojas secas se arrastraron con desgana y volvieron a posarse. Las ramas de su árbol se destacaban nítidamente contra el recalentado cielo. Del roble colgaban unas cuantas hojas marchitas. En un esfuerzo por no pensar en la fatiga y la desesperación que la embargaban, la dríada miró más allá del árbol. A lo lejos, la reverberación del calor deformaba el asolado paisaje hasta convertirlo en la peor pesadilla de la dríada. Contempló la escena, hipnotizada, hasta que un jadeo de dolor interrumpió su ensoñación.

—¿Rayo? —gritó una voz de hombre—. Levántate —ordenó débilmente.

La dríada se puso de rodillas y observó cómo el hombre forcejeaba para salir a rastras de debajo del gran Dragón Azul. Había visto que el Dragón intentaba darse la vuelta en el último momento para proteger a su jinete, pero no lo había conseguido. Por el contrario, el cuerpo del Dragón cayó sobre las piernas del hombre y se las aplastó. Ella sabía que la pesada armadura de placas que cubría al hombre no mejoraba en nada la situación. No sólo entorpecía sus movimientos, sino que su oscura superficie con un lirio grabado también retenía el calor del sol. El humano ya estaba sofocado, observó la dríada, pero sin duda estaría mucho peor antes del final del día.

—¿Rayo? —El hombre consiguió extraer el odre de debajo de su cuerpo y se arrancó el yelmo de la cabeza con brusquedad, pero nada más—. ¿Estás malherido?

La dríada decidió intervenir.

—Humano, tu Dragón está muerto. El Dragón de Plata le infligió una grave herida en el vientre. Ha sido un combate glorioso —añadió—, si te gustan esas cosas. —Descubrió que le costaba hablar con voz lo suficientemente alta para que fuera audible—. Recordaré mientras viva el brillo del de Plata, digno rival de la gracia del Azul —declaró.

El hombre se volvió rápidamente hacia ella.

—¿Quién eres? —exigió saber. Su rostro tenía un aspecto rudo y cubría su cabello una costra de sangre seca que le confería un aspecto aún más siniestro que el color arena oscura que debía de ser su tono natural. La dríada advirtió que lucía un afeitado impecable.

—En absoluto una enemiga tuya, a menos que pretendas hacer daño a mi árbol —respondió la dríada fríamente. Y al instante, sabiendo que aquel hombre sostenía en sus manos algo de un valor inestimable para ella, añadió en tono más razonable—: Por supuesto, tus preocupaciones están en otro lado, por ejemplo en tus ciudades o en los cielos.

El hombre estaba a punto de decir algo, pero empezó a toser. Cuando hubo acabado, desenroscó el tapón de su odre y bebió un buen sorbo.

—¡Noooo! —gritó la dríada sin poder contenerse.

El hombre levantó la cabeza y lentamente volvió a enroscar el tapón del odre.

—¿Qué, tú también tienes sed? Bueno, pues no conseguirás ni una gota de mi agua hasta que me digas quién eres y qué haces aquí. —La frialdad de su escrutadora mirada taladró a la dríada.

Ella cambió de postura y se sentó cruzando las piernas. Se sentía un poco mareada. No le convenía desmayarse ahora, se dijo, malhumorada. Sonrió levemente y respondió:

—Soy la guardiana de esta área. —Indicó con un gesto los árboles deshidratados que la rodeaban. Sólo su roble se mantenía perfectamente erguido. Los demás estaban inclinados o se habían partido con la caída del Dragón—. Vivo aquí.

El hombre miró en derredor, hasta donde le permitía su posición.

—No es gran cosa como lugar donde vivir —afirmó, impertérrito.

La dríada conservó una cautivadora sonrisa en el rostro, pero por dentro acusó el insulto.

—Antes era un bosque con muchas arboledas y arroyuelos, pero una sequía sobrenatural lo ha matado.

La expresión del hombre no se alteró.

—Mira qué bien. No voy a decirte lo necia que eres por quedarte aquí, pero… Caramba, acabo de decirlo —añadió con sarcasmo—. Pero necesito tu ayuda para salir de debajo de Rayo.

La tristeza asomó fugazmente a su rostro.

—Te daré un poco de agua por tu ayuda.

La dríada dejó que pareciera que estudiaba la propuesta. En el pasado, su sonrisa y sus palabras amables y alegres bastaban para inducir a los humanos a hacer lo que ella quería. Pero ahora ya no parecían funcionar. Se miró brevemente la piel abrasada y supo que probablemente no estaba ni la mitad de hermosa que de costumbre. La falta de humedad se reflejaba en sus angulosos huesos y en su piel reseca. Incluso su cabello parecía abrasado. La recorrió otra oleada de debilidad y desesperación que no la dejaba pensar con claridad. Comprendió que pronto sería incapaz de moverse.

—¿Y bien? —preguntó taimadamente el humano. Intentó cambiar de postura para observarla con más comodidad, pero el dolor debió de ser demasiado intenso, porque hizo una mueca y cerró los ojos.

—¿Me das el agua que me has prometido? —preguntó ella finalmente—. He contestado a tus preguntas.

Su reacción no obtuvo ninguna por parte del hombre. Debía de haberse desmayado a causa del dolor, pensó.

—¿Humano? ¡Despierta! —gritó con voz ronca.

No hubo respuesta. Extendió el brazo todo lo que pudo y consiguió arañar el suelo al lado de la cabeza del hombre.

—¡Despierta! —Nada. Acarició suavemente la raíz que sobresalía del suelo, buscando el contacto con su árbol—. ¿Y si no se despierta? —murmuró—. Habré perdido mi última oportunidad de mantenerte con vida. —Inclinó la cabeza, concentrada, intentando llegar a la conciencia de su árbol. Percibió una vaga presencia, pero estaba demasiado escaso de energía—. Todo muere a mi alrededor —susurró entrecortadamente. Habría llorado, si le hubieran quedado lágrimas.

Otro gruñido de dolor atrajo su atención hacia el humano.

—Despierta —lo animó.

El hombre se incorporó ligeramente, apoyándose en el antebrazo derecho.

—Sácame de aquí debajo —exigió con rudeza. Su expresión era a un tiempo hostil y de dolor.

La dríada negó con la cabeza.

—Me has dicho que me darías un poco de agua si respondía a tus preguntas.

El hombre se limitó a mirarla fijamente unos instantes y luego asintió.

—Está bien. —Se dejó caer y desenroscó el tapón del odre. Vertió un poco de agua en el tapón y se lo tendió con la mano izquierda, teniendo buen cuidado en no derramarla.

—¿Nada más? —preguntó la dríada. Esperaba que le diera el odre entero.

—Bebe.

El tono de voz del hombre no admitía discusión, por lo que la dríada aceptó el tapón. En lugar de beberse el agua, la derramó muy despacio sobre la raíz prominente que acariciaba minutos antes. La expresión del hombre era de creciente incredulidad.

—¿Qué haces? —preguntó.

Ella esperó hasta que la última gota de agua cayera del tapón antes de devolverlo.

—Debo proteger a mi árbol —respondió. Le dirigió una mirada implorante—. Por favor, dame el odre para que mi árbol pueda vivir.

El hombre se apresuró a cerrar el odre con un movimiento brusco.

—¿Por qué? Tu árbol está muerto. Yo no. Tú no. Si me ayudas a salir de debajo de mi Dragón, te daré más. Debes ayudarme a reanudar mi viaje. Estoy seguro de que mis compañeros caballeros empezarán pronto a buscarme.

La dríada contempló la raíz para comprobar que había absorbido toda el agua. No se sentía más fuerte, no había sido suficiente.

—No puedo ayudarte —declaró en voz baja.

El caballero irguió la cabeza y la miró, furioso.

—¿Por qué no? ¿Tanto te opones a los objetivos de los caballeros de Takhisis que no quieres ayudarme a salir de debajo del cadáver de una montura? —preguntó—. ¿Lamentas la vida desperdiciada de este bosque, pero no quieres ayudar a que alguien que no es de este bosque conserve la vida?

—Sencillamente, no puedo ayudarte, humano —contestó ella con tristeza—. No soy lo que tú crees.

El hombre frunció el ceño.

—Bueno, pareces una elfa, menos por esa piel oscura. No recuerdo haber visto a un elfo silvestre con una piel tan oscura y sin tatuajes. ¿Qué eres, si no eres una elfa?

—Soy una dríada. Nací de este árbol que ves —le indicó. Otra brisa cálida agitó el aire alrededor de su cara.

—¿Y qué tiene eso que ver con que no puedas ayudarme? ¿O con obtener este odre que tanto codicias? —preguntó el caballero.

—No puedo abandonar la zona que rodea a mi árbol sin morir lentamente. Debido al estado de mi árbol paterno, he descubierto que mis confines son aún más restringidos —le dijo ella. «Si estuviera más fuerte —reflexionó— me plantaría ante él y lo amenazaría con quitarle ese odre. Ahora tengo que emplear la verdad para conseguir lo que quiero».

—Así, esto es lo más lejos que puedes llegar —dedujo él.

La dríada asintió. La antinatural postura del hombre debía provocarle grandes dolores y su armadura debía de darle mucho calor, pues ahora sudaba copiosamente.

—Cuando caísteis, intenté acercarme más, pero no tenía fuerzas para llegar más allá de este punto.

El caballero de la oscuridad asintió lentamente.

—Entonces supongo que no debería desperdiciar mis fuerzas hablando contigo, ya que no me sirves de ayuda. Me limitaré a esperar a que me encuentren los otros miembros de mi garra. —Desenroscó el tapón del odre y bebió otro sorbo de agua. Miró con expresión afligida al Dragón que le aprisionaba las piernas. Parecía estar tan apenado por la muerte de la criatura como frustrado por lo apurado de su situación.

—¿Tus amigos están a menos de un día de vuelo de aquí? —A juzgar por las heridas que tenía el caballero, quizá no sobreviviría hasta el día siguiente. La dríada sabía que su árbol tampoco.

—¿Por qué te importa? —replicó el caballero de la oscuridad mientras volvía a enroscar el tapón del odre.

—Tus heridas son tan graves que no creo que lleguen a tiempo —explicó la dríada.

Con la mano izquierda, el caballero señaló hacia sus piernas.

—Tengo las piernas aplastadas, pero no sangro.

—Pero te estás asando bajo este sol. Aún faltan varias horas para que caiga la tarde —comentó la dríada.

—Y tengo agua suficiente para aguantar hasta entonces —dijo el caballero apretando los dientes—. Y ya basta de tu incesante parloteo. Déjame tranquilo.

—No puedo. Mi árbol se está muriendo. Necesito con desesperación la poca agua que tienes para devolverle la salud —argumentó ella.

El caballero se dejó caer de espaldas.

—¿No creerás que esta bolsa de agua le devolverá la vida a tu árbol? Además, yo la necesito más. Debo sobrevivir hasta que me encuentre mi garra —replicó él.

La dríada apoyó la frente en las palmas de sus manos abiertas. El calor era cada vez mayor. Si lograba que el caballero le diera el odre, todo volvería a ir bien. Su árbol viviría y ella se recuperaría a su sombra.

—El agua curará a mí árbol —dijo, desafiante—. Tú eres el que está prácticamente muerto. Esa garra de la que hablas nunca te encontrará entre la desolación de esta tierra.

—Basta, dríada. Tengo que descansar y tus palabras no me hacen ningún bien —declaró el caballero, con voz a un tiempo enojada y cansada.

La dríada inclinó la cabeza.

—Por lo poco que sé de los humanos, creo que sería una locura por tu parte dormirte con las heridas que has sufrido, el golpe en la cabeza…

—¿En serio? ¿Y por qué lo crees?

Ella estuvo a punto de echarse a reír al comprobar que el hombre seguía respondiéndole a pesar de haberle dicho que se callara.

—Hace muchas estaciones, cuando aún había tres lunas en el cielo, un humano vestido de una guisa semejante a la tuya cruzó mi bosque. Llevaba una indumentaria de metal parecida, pero no lucía los mismos dibujos que tú, esas calaveras y lirios. Conservaba el yelmo en la cabeza, pero sin una de las alas metálicas, y estaba muy abollado. —Hizo una pausa para comprobar que él le prestaba atención—. Deambulaba sin rumbo fijo, a todas luces aturdido por algo. Vi que se sentaba y reclinaba la espalda contra un árbol, no muy lejos de aquí, y entonces se durmió. A la mañana siguiente, cuando mandé una sílfide a ser cómo estaba, descubrió que el humano había muerto durante el sueño.

—¿Tenía alguna otra herida? —preguntó el caballero tras unos largos instantes. La dríada temió que el sueño se lo hubiera arrebatado durante un par de minutos—. ¿Y qué es una sílfide? —añadió.

Ella decidió contestar primero la segunda pregunta.

—Las sílfides parecen elfos pequeños, salvo porque tienen alas y están hechas de magia y aire. Y en cuanto a las heridas, el humano estaba cubierto de pies a cabeza de metal, menos la cara, así que no lo sé —reconoció—. Durante la estación siguiente vino una hembra kender y se encontró al humano. Para entonces, la naturaleza ya había reclamado lo suyo, por lo que la kender sólo descubrió un esqueleto y el metal. Se llevó los restos que quedaban a rastras, a través del bosque.

El caballero refunfuñó, divertido:

—Así, incluso tú has sufrido la presencia de los kenders, ¿eh?

—Vienen por aquí de vez en cuando —admitió la dríada—. Nunca han intentado destruir este bosque, como a menudo hacéis los humanos.

—Siento discrepar —replicó el caballero. Volvió a incorporarse apoyándose en el codo derecho para escrutar a su interlocutora—. Incluso los kenders cortan árboles para despejar el terreno y cultivar los campos.

La dríada se encogió de hombros.

—Aquí nunca lo han hecho.

—Quizá sea así. —La miró fijamente unos instantes—. Si estás tan aislada como parece, ¿cómo sabes que los kenders son kenders y no sólo humanos bajitos? Es más, ¿cómo sabes algo sobre los humanos?

«Si sigo contestando a sus preguntas —pensó la dríada—, quizá me dé más agua para mi árbol».

—Mi árbol ha vivido centenares de estaciones. Poco después de germinar, me engendró a mí. Con el paso de las estaciones, he visto muchas formas de vida distintas. La mayoría, animales del bosque; pero he conocido a humanos, kenders, elfos e incluso a esos seres barbudos que se llaman enanos. Siempre intento prestar atención y aprender cómo es el mundo que me rodea —concluyó—. Y ahora, te lo pregunto de nuevo: ¿me das tu agua? Tú no vivirás más allá del ocaso y yo le daré un buen uso, no lo dudes.

El caballero soltó un bufido y luego forcejeó con el tapón del odre para abrirlo otra vez.

—De acuerdo, te daré otro tapón de agua, pero será mejor que te lo bebas tú. Nada de derramarla sobre tu árbol muerto. 

—Le ofreció el tapón extendiendo una mano temblorosa.

La dríada lo cogió y lo vertió deliberadamente sobre la raíz.

—¿No comprendes cómo actúa la naturaleza, humano? Yo nací de este árbol. Si consigo salvarlo, ayudaremos a este bosque a recuperar su estado normal. —Le devolvió el tapón. Esta vez, sus dedos se rozaron brevemente debido al temblor de la mano del caballero de la oscuridad, que le arrebató el tapón y rápidamente tapó el odre.

—¿Cómo puede tu estúpido árbol muerto salvar lo que queda de este bosque? —preguntó el humano con rudeza.

No le gustaba que se notase su debilidad, comprendió la dríada.

—Nunca hay que subestimar el poder de la naturaleza. Las sequías vienen y van, aún si son tan malas como ésta. Si consigo que mi árbol dure una semana más, o incluso un día más, quizá gane tiempo para que vuelva a llover.

—Me parece que no te has dado cuenta de lo que ha venido sucediendo por aquí en los últimos años —declaró el caballero con un matiz divertido en la voz—. Los dioses han dejado Krynn a nuestro cargo. Han venido grandes Dragones a hacerse con el control de las tierras. En algunos lugares, la propia tierra está cambiando para amoldarse al poder de esos Dragones. Es probable que, en este mismo momento, estés sentada en el territorio de algún Dragón, incapaz de hacer frente a lo que ocurre.

La dríada quería apartar la vista de los avasalladores ojos del caballero, pero no podía amilanarse precisamente ahora. Percibió cierta agitación en el fondo de su mente, lo que le indicó que esta vez su amado árbol sí había aprovechado el hilillo de agua.

—Si tal es el caso, que así sea —empezó a decir, alzando la voz—. De todos modos, estoy convencida de que vas a morir y que tu sangre regará la tierra sobre la que Yaces. Eso solo ya podría ayudar a mi árbol durante varias horas. Sin embargo, no bastará. Lo que de verdad necesito es tu agua antes de que mueras. Tu sacrificio permitiría que la tierra florezca de nuevo. Piensa en eso mientras el sol levanta ampollas en tu piel enrojecida y lo que llamas tu garra vuela en otra dirección, sin haberse percatado ni siquiera de tu ausencia. Piensa en eso cuando tu último aliento te abandone y comprendas que podías haberte procurado un lugar umbrío donde tu cuerpo descansaría para toda la eternidad. Piensa en eso cuando comprendas que tu egoísmo ha privado de esperanza al resto del mundo. Esperanza de vida. Esperanza de futuro. Los humanos conocéis la esperanza, por lo menos la corrompida esperanza de conseguir tierras, posesiones y todo lo que os es preciado.

El silencio siguió a aquellas duras palabras. La dríada agachó la cabeza y deseó ser capaz de llorar, porque sus lágrimas no eran saladas y podrían ayudar a su árbol a vivir más tiempo. Era evidente que había fracasado y el caballero de la oscuridad había preferido no hacerle caso hasta que volviera a desmayarse…, si es que no se había desmayado ya.

—Piensa lo que quieras, dríada, pero yo tengo mis propias creencias y mis propias metas que alcanzar —dijo finalmente el hombre—. Cuando me convertí en caballero de la oscuridad, tuve una Visión de lo que mi Reina deseaba de mí. Esa Visión hablaba de batallas ganadas en su nombre. Nunca dijo que yo debía entregar mi única esperanza de supervivencia a un espíritu de la naturaleza que se sienta al lado de un árbol muerto. En cuanto a mis compañeros caballeros vengan a rescatarme de debajo de mi Rayo, me curaré y volveré a cabalgar hacia la victoria para Takhisis.

La dríada levantó la cabeza y contempló la expresión del herido. Adivinó en ella dolor y sentido del deber.

—Así, las esperanzas que tienes depositadas en el futuro difieren de las mías, humano —murmuró, tras lo cual suspiró— Siempre me ha parecido que los humanos estáis demasiado decididos a saliros con la vuestra. No os tomáis el tiempo de mirar a vuestro alrededor y comprender que otros seres pasan también por la vida. Nunca pensáis que los arboles realizan su labor proporcionándoos sombra o que deberíais agradecer a los pájaros que gorjearan sobre vuestras cabezas. Si no hubiera árboles ni pájaros, no podrías alcanzar esas metas que tu señora te ha impuesto.

El caballero volvió a dejarse caer de espaldas, reprimiendo un gemido de dolor. «Pese a lo colorado que está por efecto del sol, se adivina que está pálido —pensó la dríada—. Debe de tener una hemorragia».

—¿Y ésos son los pájaros de los que hablabas? —preguntó el hombre, en cuanto se hubo acomodado.

Ella alzó la vista y divisó unos buitres que volaban en círculo sobre ellos.

—Incluso los carroñeros sirven a un propósito, caballero.

—Sí, se comen la carne de los caídos. Mi garra suele darles caza. Son bestias inmundas, siempre planeando sobre el campo de batalla —afirmó en tono airado—. Supongo que vienen a por Rayo. Ojalá tuviera a mano mi ballesta.

La dríada suspiró y meneó la cabeza.

—Si alguien no se comiera a los muertos, estaríamos rodeados de cadáveres.

—¿Entonces no te importa? —preguntó el caballero, intentando sacarla de quicio—. No te importa que te arranquen trozos de carne, que se peleen por tus despojos. ¿No te mortifica? —Se rió sin ganas—. Los buitres son seres repulsivos que se ceban en aquellos cuya muerte debería honrarse de un modo más apropiado. Sé de un compañero caballero que llevaba un anillo de familia que quería dejar en herencia a su hija. El anillo había pasado de generación en generación desde antes del Primer Cataclismo. Lucía el símbolo del jabalí, en homenaje a un suceso que proporcionó grandes honores a su familia. Al parecer, un gran jabalí había estado a punto de destripar a un miembro de la nobleza de Ergoth y el antepasado de aquel hombre le salvó la vida matando al jabalí, con lo cual se ganó la gratitud de la aristocrática familia. Desde entonces era una herencia que pasaba de primogénito a primogénito. Sin embargo, por culpa de unos buitres, no pude recuperar el anillo del cadáver del caballero y mandárselo a su hija. Los buitres debieron comérselo antes de que yo llegara al lugar.

La dríada meditó sobre la historia unos momentos.

—Para empezar, haces mucho hincapié en los vínculos del honor —respondió al cabo. Una expresión irritada asomó al rostro del hombre—. En segundo lugar, si yo muero lejos de mi árbol, es justo que mi cuerpo pase a formar parte del ciclo de la vida —dijo con calma—. No obstante, mi intención es volver a introducirme en mi árbol antes de morir.

—¿Y si tu árbol muere contigo dentro? ¿Qué pasará entonces?

La dríada observó que los buitres se posaban en el suelo, a unos metros de distancia.

—Mi cuerpo deja de existir cuando me integro en mi árbol —dijo con aire ausente. Dirigió al hombre una incisiva mirada—. ¿Te sientes insultado por mi sinceridad?

El caballero negó con la cabeza, débilmente.

—Decir la verdad es un rasgo admirable. No me siento insultado si pregunto algo y tú me respondes sinceramente. Al hacer la pregunta, me expongo tanto a las falsedades como a las verdades. Aunque una falsedad puede hacerme sentir más cómodo, prefiero oír la verdad. Así sé a qué atenerme.

La dríada se volvió hacia los buitres que se iban congregando.

—Yo prefiero decir siempre la verdad cuando es posible. Pero he descubierto que los humanos adoptan a menudo comportamiento exactamente contrario. Al menos eso es lo que he visto que ocurre con aquellos que han hablado conmigo.

El caballero frunció el ceño.

—No has hablado con muchos caballeros, ¿verdad? Aunque servimos a una señora del Mal, nuestro honor requiere sinceridad.

La dríada sonrió irónicamente.

—Entonces la verdad no puede ofenderte.

«El calor del sol ha debido afectarme —pensó. Se examinó la piel. Se veía tan seca y muerta como el paisaje circundante—. No sobreviviré mucho más. Ni mi árbol tampoco».

—No, no puede —convino el hombre. Ya no sudaba, pero debería, se dijo la dríada.

Los buitres se acercaron a saltitos. Se iban aproximando lentamente. Si nada los importunaba, seguirían arrimándose hasta que pudieran desgarrar la carne del Dragón Azul. El de Plata le había rajado el costado y abierto una gran herida que facilitaría las cosas a las aves carroñeras.

—Si mueres aquí porque tu garra no se presenta, como tú insistes en que hará, ¿no habrás mancillado tu honor mintiéndote a ti mismo? —preguntó cautelosamente la dríada.

El hombre permaneció en silencio unos segundos antes de contestar. Para la dríada, el tiempo se alargaba de una forma exasperante. «Me estoy muriendo lentamente», pensó.

—Mi garra volaba justo delante de mí cuando el Dragón de Plata y su jinete me tendieron la emboscada —desveló el caballero—. Libramos un feroz combate en los cielos, pero Rayo fue malherido por la lanza del otro jinete. Después, el Dragón de Plata despanzurró a mi Rayo y ambos caímos irremediablemente —dijo. Ahora su voz tampoco era mucho más que un susurro, pensó la dríada.

—¿De modo que el resto de tu garra se marchó volando y confían en que ya los alcanzarás? ¿Cómo crees que sabrán dónde venir a buscarte?

El caballero suspiró.

—Saben qué rumbo llevábamos. Pueden calcular dónde me quedé atrás. De hecho, deberían estar aquí dentro de poco.

—¿Estás seguro de que no te estás engañando a ti mismo? —inquirió la dríada con voz débil—. ¿Y no mancillas tu honor si cuentas una falsedad, aunque sea a ti mismo?

—En eso no había pensado —admitió él—. Tendría que responder que sí. —Se incorporó lentamente hasta adoptar una postura que le permitiera beber un sorbo de agua del odre. Cuando terminó, estuvo a punto de caer de nuevo, retorciéndose de dolor.

—¿Y tú? ¿Te mientes a ti misma cuando dices que este odre ayudará a vivir a tu árbol y al resto de este bosque?

—Quizá no al bosque. Pero el árbol —respondió ella—, el árbol tiene poderes extraordinarios. Posee la magia suficiente para darme vida a mí. No me cabe duda de que si sacrificas tu agua ayudarás a que el árbol reviva. Y si mi árbol vive y crece, quizás otros lo sigan…, incluso ante tus grandes Dragones y su magia destructiva.

Ambos guardaron silencio, sin dejar de contemplar a los buitres que se aproximaban cada vez más a su festín. Justo cuando estaban a punto de desaparecer de la vista y atacar la herida abierta del Dragón, la dríada hizo un esfuerzo, apeló a sus últimas reservas y se puso de rodillas para gritar con toda la fuerza que le quedaba:

—¡Heeeeeyaaaaah!

Las aves, sobresaltadas, desplegaron las alas y se dispersaron para posarse a corta distancia. El caballero también dio un respingo y se volvió para mirar a la dríada. Ella se dejó caer al suelo y se tumbó, exhausta.

—¿Por qué has hecho eso? —preguntó el caballero con voz calma.

La dríada se encogió de hombros. Aunque su vínculo con el árbol se había reforzado ligeramente con las reducidas dosis de agua, estaba demasiado débil para hablar.

—Toma, bebe un poco de agua. —El caballero le tendía otro tapón lleno del líquido. La mano le temblaba más que antes y parte del líquido cayó al suelo. La dríada alargó la suya muy despacio y cogió el tapón. Inmediatamente roció las raíces de su árbol y devolvió el tapón. Al instante se sintió un poco mejor. Poco a poco, volvió a levantarse hasta quedarse sentada. El caballero la miraba, intrigado.

—¿Por qué has ahuyentado a los buitres? —volvió a preguntar.

Ella se encogió de hombros.

—No les tenías ningún aprecio.

—Después de tu discursito sobre cómo forman parte de un ciclo natural, ¿por qué has decidido ahuyentarlos? —preguntó el hombre—. Debes de tener una razón. —Parecía cansado—. Sólo lo has hecho para conseguir más agua, ¿verdad?

A la dríada le dolía la cabeza. El sol ya estaba bien alto en el cielo, el calor estaba en su cénit.

—Ya que prefieres la verdad, debo contestar «sí» a tu pregunta.

El rostro del caballero expresaba sus dudas, de modo que la dríada miró más allá de él y advirtió que los buitres volvían a acercarse.

—Observa los buitres —dijo—. Casi me he quedado sin energía, luego te quedarás solo. —El hombre la miró consternado—. ¿Creías que yo viviría más tiempo que tú, caballero? Para eso necesitaría mucha más agua —indicó, con una voz que apenas era un ronco jadeo.

—Estás en mejor estado que yo —la contradijo el hombre con indiferencia—. Venga, siéntate bien y hablemos. Tú lo has dicho: si me duermo, quizá no vuelva a despertar.

La dríada esbozó una sonrisa.

—Me temo que ya no puedo seguir hablando. Soy yo quien debe quedarse dormida y no volver a despertar.

Permanecieron sentados en silencio un rato, mientras el caballero sopesaba la revelación. El sol caía implacable sobre sus cabezas. El caballero parecía debatirse en medio de algún dilema. Inclinó el torso hasta que su rostro estuvo muy cerca del suelo. Si volvía el rostro y mantenía los ojos abiertos, aún podía ver al hombre.

Finalmente, él la miró.

—Dríada —la llamó alzando la voz todo lo que pudo. Ella tenía los ojos cerrados—. ¿Dríada? ¡Te daré un poco más de agua! —gritó.

«Demasiado tarde», pensó ella, antes de perder el conocimiento.

Poco después notó una inyección de fuerzas. Levantó la cabeza. El cielo se oscurecía con el crepúsculo.

—¿Caballero? ¿Cuánto tiempo ha pasado? —preguntó. No recibió respuesta. Dirigió la vista hacia el lugar donde yacía el hombre. Había agachado la cabeza y extendido el brazo. Su mano aferraba un odre de agua vacío. Curiosamente, ya no había buitres por los alrededores.

La dríada se volvió hacia su árbol y vio que luchaba por revivir y que lo conseguía hasta cierto punto.

—Ese hombre ha muerto con honor —susurró mientras se ponía en pie. La comprensiva reacción de su árbol era una mezcla de pena y esperanza.

Autora: Miranda Horner

Miranda Horner es una diseñadora y editora de juegos que ha trabajado en una serie de productos para varios juegos de rol, incluidos Dungeons & Dragons y el juego de rol de Star Wars .

«El árbol de la vida» es obra de esta autora, nueva en las antologías, pero no para quienes ya disfrutan con el juego de rol de Dragonlance. Miranda Horner cuenta la conmovedora historia de una dríada y sus esfuerzos por salvar a su árbol moribundo.




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