Daenerys y el Dragón Azul

Juego de Tronos. Daenerys Targaryen, llamada Daenerys de la Tormenta, La que no Arde, Rompedora de Cadenas y Madre de Dragones.

Dragona Saphira

Película Eragon.

sábado, 8 de agosto de 2020

DRAGONES FANTÁSTICOS Y DONDE ENCONTRARLOS



DRAGÓN

El dragón, probablemente la más famosa de todas las criaturas mágicas, es también de las más difíciles de ocultar. La hembra es generalmente más grande y agresiva que el macho, aunque no hay que acercarse a ninguno de los dos salvo que uno sea un mago hábil y experimentado. La piel, la sangre, el corazón, el hígado y los cuernos de dragón contienen una tasa elevada de propiedades mágicas; los huevos están clasificados como "Bienes No Comerciables de Clase A".

Existen diez especies, aunque hay constancia de cruces ocasionales que producen extraños híbridos. Los dragones de pura raza son los siguientes:

BOLA DE FUEGO CHINO

(A veces llamado «dragón león»)

El único dragón oriental que existe tiene un aspecto especialmente llamativo. De escamas suaves y escarlatas, tiene una hilera de astas doradas alrededor de la cara, un hocico chato y ojos sumamente protuberantes. El bola de fuego se ganó ese nombre por la llama con forma de hongo que sale de sus narinas cuando está enfadado. Pesa entre dos y cuatro toneladas, y la hembra es más grande que el macho. Los huevos son de un carmesí brillante moteado de amarillo dorado y las cáscaras, muy estimadas en la hechicería china. El bola de fuego es agresivo, pero más tolerante con sus congéneres que la mayoría de los dragones; algunas veces acepta compartir su territorio con otros dos bolas de fuego. Aunque puede comer casi todos los mamíferos que se conocen, prefiere cerdos y seres humanos.

COLACUERNO HÚNGARO

Considerado el más peligroso de todos los dragones, el colacuerno húngaro tiene escamas negras, y su cuerpo recuerda el de un lagarto. Tiene ojos amarillos, cuernos broncíneos y pinchos de un color similar que surgen de su larga cola. El colacuerno posee una de las llamas de mayor alcance (más de quince metros). Sus huevos son de color cemento y de una cáscara particularmente dura; las crías se abren camino utilizando sus colas, ya que tienen los pinchos bien desarrollados al nacer. Se alimentan de cabras, ovejas y, siempre que es posible, de humanos.

GALÉS VERDE COMÚN

El galés verde armoniza con la hierba exuberante de su tierra natal, aunque anida en las montañas más altas, donde se han establecido las reservas para su preservación. A pesar del «episodio de Ilfracombe», esta raza está entre las menos problemáticas. Al igual que el opaleye, prefiere cazar ovejas y evita tenazmente a las personas, a menos que éstas le provoquen. El galés verde tiene un rugido fácilmente reconocible y sorprendentemente melodioso. Lanza fuego en chorros finos, y sus huevos son de un marrón terroso moteados de verde.

HÉBRIDO NEGRO

Este otro dragón nativo del Reino Unido es más agresivo que su homólogo galés. Cada ejemplar requiere un espacio de más de ciento sesenta kilómetros cuadrados para sí solo. De unos nueve meros de longitud, el hébrido negro tiene escamas rugosas, brillantes ojos púrpura y una cresta baja pero de puntas agudas a lo largo del lomo. La cola acaba en una púa con forma de flecha y tiene alas semejantes a las de los murciélagos. El hébrido negro se alimenta principalmente de ciervos, aunque se sabe que ha cazado perros grandes e incluso vacas. El clan de magos MacFusty, que ha vivido en las islas Hébridas durante siglos, se la hecho cargo tradicionalmente del cuidado de los dragones autóctonos.

HOCICORTO SUECO

El hocicorto sueco es un atractivo dragón azul plateado cuya piel está muy demandada en la manufactura de guantes y escudos protectores.

La llama que lanza es azul brillante y puede relucir huesos y madera a cenizas en cuestión de segundos. El hocicorto tiene menos muertes de personas en su haber que la mayoría de los dragones; aunque, como prefiere vivir en zonas montañosas salvajes y deshabitadas, el dato no habla tan a su favor como parece.

IRONBELLY UCRANIANO

Son los dragones de mayor tamaño: algunos ironbellys han alcanzado seis toneladas de peso.

Gordinflón y más lento en el aire que el vipertooth y el longhorn, el ironbelly es aun así sumamente peligroso, capaz de destruir las viviendas en las que aterriza. Las escamas son de color gris metálico; los ojos, de un rojo intenso, y las garras, particularmente grandes y sanguinarias. Los ironbellys han estado sujetos a la vigilancia constante de las autoridades mágicas ucranianas desde que en 1799 uno de ellos se llevara volando un velero (afortunadamente vacío) del Mar Negro. 

LONGHORN RUMANO

El longhorn tiene escamas de color verde oscuro y largos cuernos dorados y brillantes con los que cornea a la presa antes de asarla. Pulverizados, esos cuernos son muy estimados como ingrediente para pociones. El territorio nativo del longhorn se ha convertido en la actualidad en la reserva de dragones más importante del mundo, donde magos de todas las nacionalidades estudian de cerca una gran variedad de ejemplares. Los longhorns han sido objeto de un programa de reproducción intensiva. En los últimos años su número había decrecido mucho, fundamentalmente a causa del comercio de sus cuernos, que ahora están clasificados como "Material Comerciable de Clase B".

OPALEYE DE LAS ANTÍPODAS

Los opaleyes viven en Nueva Zelanda, aunque hay registros que indican que emigraban a Australia cuando escaseaba el terreno en su país natal. Este dragón prefiere habitar valles en detrimento de las montañas, una característica inusual en la especie. Es de tamaño mediano (entre dos y tres toneladas). Quizá sea el tipo de dragón más hermoso que existe: tiene escamas iridiscente s y nacaradas y ojos sin pupila, multicolores y centelleantes; de ahí su nombre. Este dragón produce una llama escarlata muy intensa, pero, comparado con otros, no es especialmente agresivo y rara vez mata, a menos que tenga hambre. Su alimento favorito es la oveja, aunque a veces caza presas más grandes. A finales de 1970 hubo una serie de matanzas de canguros; el suceso se atribuyó a un opaleye macho que había sido desplazado de su territorio por una hembra dominante. Los huevos de opaleye son de color gris pálido, y los muggles ingenuos pueden confundirlos con fósiles.

RIDGEBACK NORUEGO

El ridgeback noruego se parece al colacuerno en casi todo, pero, en lugar de una cola con pinchos, tiene una prominente cresta de color negro azabache a lo largo del lomo. Excepcionalmente agresivos con los de su propia raza, los ejemplares de esta especie son muy difíciles de encontrar en la actualidad. Se sabe que atacan a la mayoría de los grandes mamíferos terrestres y, algo inusual para un dragón, también se alimentan de criaturas que viven en el agua. Un informe no confirmado sostiene que un ridgeback apresó un ballenato en la costa de Noruega el año 1802. Los huevos del ridgeback son negros y las crías desarrollan la capacidad de exhalar fuego mucho antes que otras razas (entre uno y tres meses después de nacer).

VIPERTOOTH PERUANO

Éste es el más pequeño de todos los dragones y el que vuela más rápido. Con una longitud de apenas cuatro metros y medio, el vipertooth peruano tiene escamas suaves de color cobre con distintivas crestas negras. Los cuernos son cortos, y los colmillos, especialmente venenosos.

Los vipertooths no le hacen ascos a cabras y vacas, pero tienen tal afición por la carne humana que la Confederación Internacional de Magos se vio obligada a enviar exterminadores a finales del siglo XIX para reducir el número de vipertooths, que había aumentado con alarmante rapidez.

Fuente:
(Harry Potter y El Reino de las Criaturas Mágicas)



VALYRIOS, LOS PRIMEROS DOMADORES DE DRAGONES



Fue en la gran península al otro lado de la Bahía de los Esclavos donde se originaron aquellos que pusieron fin al imperio del Viejo Ghis, aunque no del todo. 

Allí, resguardados entre las montañas volcánicas conocidas como los Catorce Fuegos, fueron los Valyrios, quienes aprendieron a domar a los dragones y a convertirlos en las armas de guerra más temibles que el mundo jamás ha visto. 

Los relatos que los Valyrios contaban de sí mismos decían que ellos descendían de los dragones y eran parientes de los que controlaban.

En fragmentos de "Historia Antinatural‖ de Barth", el septón parece haber considerado varias leyendas examinando el origen de los dragones y como estos llegaron a ser controlados por los Valyrios. 

Los Valyrios afirmaban que los dragones brotaron como los hijos de las Catorce Llamas, mientras que en Qarth los cuentos manifiestan que una vez existió una segunda luna en el cielo. Un día esta luna fue calentada por el sol y se rompió como un huevo, y un millón de dragones brotaron de ella. En Asshai, los relatos son variados y confusos, pero algunos textos —todos muy antiguos— afirman que los dragones llegaron de la Sombra, un lugar donde todo nuestro conocimiento nos falla. Estas historias de Asshai dicen que un pueblo, tan antiguo que no tenía nombre, fue el primero en domar a los dragones en la Sombra y los llevaron a Valyria, donde les enseñaron a los Valyrios sus artes antes de desaparecer de los anales de la historia. 

Sin embargo, si estos hombres de la Sombra fueron los primeros en domar a los dragones, ¿por qué no conquistaron el mundo como hicieron los Valyrios? Lo más probable es que el relato Valyrio sea el verdadero. 

Pero también hubo dragones en Poniente, mucho antes que llegaran los Targaryen, como nuestras propias leyendas e historias nos dicen. Si los dragones en verdad surgieron de las Catorce Llamas, deben haberse extendido por gran parte del mundo conocido antes de que fueran domados. Y, en efecto, existe evidencia de esto, ya que se han encontrado huesos de dragón tan al norte como en Ib, e incluso en las junglas de Sothoryos. 

Pero los Valyrios los entrenaron y dominaron como nadie más pudo.



EL SIMBOLISMO PROFANO DEL UNICORNIO


Varios estudiosos cristianos, y más particularmente C. Hippeau, han preferido no silenciar el significado moral, pero del todo humano que los Bestiarios de Amor, contemporáneos de los Bestiarios divinos, atribuían a la antigua leyenda del licornio entregado a los cazadores por la doncella. 

Quisieron ver en él el emblema del hombre que, prendado de amor leal por una mujer, tiene fe en ella, se confía a ella, y se ve defraudado y traicionado por ella.

Richard de Fournival, entre otros, en su Bestiario de Amor en el siglo XII, y Teobaldo, conde de Champaña y rey de Navarra, que vio florecer la juventud de San Luis rey, nos hablan, en un lenguaje de un patetismo impresionante, ese cruel desastre del amor humano.

Teobaldo de Champaña, dolorosamente tocado por haber visto derrumbarse las esperanzas que se le habían dado, canta su sufrimiento en estos términos:

«Como el unicornio soy, 
Que se pierde deslumbrado 
Cuando a la doncella va mirando, 
De tan prendado que está de su amiga; 
Pasmado yace en su regazo 
Entonces lo matan a traición... 
Y a mí me han hecho una cosa parecida 
Amor y mi Dama, por ver; 
¡Mi corazón ya no puede recuperarse... 

Por otra parte, la piedad de la Edad Media nunca fue despiadada con estas quejas del corazón «afligido por la gran angustia»; nuestros santos de hoy en día no son los primeros en inclinarse, para curar sus grietas, sobre la pobre arcilla con la que Dios nos ha formado.

Durante toda la Edad Media, «nuestros cancioneros y nuestros romanceros a menudo compararon el licornio con el caballero domado por el Amor y por la Dama"».




¿QUE ES UN UNICORNIO?


El unicornio es una criatura legendaria parecido a un caballo, pero con un delgado cuerno, por lo general en espiral, que surge de su frente. Esta suele ser su imagen más popular.

En la edad media, a este cuerno en espiral de los unicornios se le dio el nombre de alicorn y existía la creencia de que podía neutralizar los venenos. Para obtenerlos se buscaban y se daba caza a los unicornios, ya que ademas de esta mágica propiedad también corría la leyenda de que protegían contra las enfermedades. Con este cuerno se tallaban tazas, ya que bebiendo cualquier bebida en ella, si alguien hubiera depositado un veneno este quedaría neutralizado.

Esta creencia se deriva de informes Ctesias sobre el unicornio de la India, donde fue utilizado por los gobernantes de ese lugar para fines anti-tóxicos con el fin de evitar el asesinato.

La gente vendía lo que pretendían ser cuernos de unicornio pero que es realidad eran cuernos narwall (narwalls son ballenas con grandes colmillos, como cuernos que nadan en agua fría.)

También se creía que el unicornio tenía una barba chivo, cola de león, y pezuñas. Irónicamente, esta percepción era más realista, ya que sólo los animales de pezuña hendida tienen cuernos.

Antes se creía que estas eran unas criaturas desagradables, al contrario de la imagen mágica y benevolente que hoy en día se tiene de ellos. Se creía que tenían un bramido profundo. Ctesias, el antiguo médico griego, dijo:

"El unicornio era originario de la India, tiene el tamaño de un burro, con una cabeza de color vino burdeos y el cuerpo blanco, tiene los ojos azules, y un solo cuerno de color rojo brillante en la parte superior, negro en el medio, y blanco en la parte inferior;de una medida aproximada de dieciocho pulgadas de largo ".

Julio César también describió el unicornio, diciendo:

"Tenía cabeza de venado, patas de elefante, un cuerno largo de tres pies, y la cola de un jabalí." 

No fue hasta la Edad Media que al unicornio se le empezó a describir con la forma actual que se le da hoy día (en libros, películas o clases de mitología en  los colegios) mucho más amistosa y bella que la medieval.

Existe una leyenda que cuenta que cuando Noé se reunió dos animales de cada especie, se olvidó de incluir a los unicornios y por eso en la actualidad no existen.

El Quilin, es una criatura de la mitología china , a quien se le llama "unicornio chino", pero no está directamente relacionada con el unicornio occidental. El Quilin tiene el cuerpo de un ciervo, la cabeza de un león, escamas verdes y un largo cuerno cubierto de espuma.

En japonés, la palabra Kirin (escrito con los mismos ideogramas chinos) se utiliza para designar tanto la jirafa y la criatura mítica. Aunque el Kirin japonés se ​​basa en la mitología china, se asemeja más a la del unicornio occidental que al Quilin chino.



viernes, 7 de agosto de 2020

LOS UNICORNIOS Y 3 FAMOSOS GUERREROS




Los unicornios han sido asociados con tres grandes guerreros famosos: Julio César, Alejandro Magno y Gengis Khan.

Julio César

En su relato de la conquista de la Galia, César escribió sobre varias criaturas extrañas que se dice habitaban en el Bosque Hercínico en Alemania. Entre ellos había "Un buey con forma de ciervo y en la mitad de su frente, entre las orejas, se encuentra un solo cuerno, más alto y más recto que los cuernos que conocemos."

Alejandro Magno

Se dice que Alejandro montó un karkadann -el famoso Bucéfalo, que se describe diciendo que tenía el cuerpo de un caballo y la cabeza de un león-. Esta era una criatura que Alejandro se había encontrado por primera vez cuando tenía 13 años. Se lo habían presentado para su compra a su padre, el rey Filipo de Macedonia. Sin embargo, atacó tan furiosamente a los jinetes en cada intento de montarlo que aún los más valerosos pronto se dieron por vencidos.

Cuando el animal estaba a punto de ser rechazado por ser  totalmente inútil e intratable, Alejandro protestó, alegando que podía montarlo. Su padre, creyendo que esto le enseñaría un poco de humildad, permitió a Alejandro intentarlo con la condición de que si no podía conseguirlo, tendría que pagar el costo total de la bestia (13 talentos). Por el contrario, también le dijo a su hijo que si conseguía domesticarlo se lo entregaría como regalo.

Alejandro comenzó la doma del animal acercándose a él ganándose su confianza no como en la doma de otros caballos que se hacía forzada hasta conseguir "romper" la voluntad del caballo. Se cuenta que una vez que que Alejandro montó con éxito el unicornio, el rey derramó lágrimas de alegría y orgullo y dijo a Alejandro:

"Oh hijo mio, es necesario ampliar mis miras para ofrecerte digno de ti, pues Macedonia es demasiado pequeña para contener a alguien como tu."

Muchos piensan Bucéfalo fue sólo un caballo, pero otros afirman que era en realidad un karkadann o unicornio. Según se relata, Alejandro habló en voz baja con él, lo acarició y se apoyó en él. El karkadann que se consideraba un animal que no temía ni a grifos ni a demonios se dejó domesticar por él.

Bucéfalo se quedó con Alejandro casi hasta el final de la vida de ambos y fue el su montura en cada batalla importante durante su conquista de Egipto y el Imperio Persa.

La leyenda y la historia coinciden en que Bucéfalo murió durante la última gran batalla entre Alejandro y Poros de la India. Sólo se discute la causa de su muerte, si fue a consecuencia de las heridas, la vejez o sencillamente de agotamiento. Su muerte marcó un cambio en la suerte de Alexander, su legendaria suerte lo abandonó y su carácter, que ya había comenzado a mostrar signos de inestabilidad, cambió a peor rápidamente.

Ganó la batalla contra Poros, pero a duras penas. Su ejército se negó a avanzar y Alejandro se vio obligado a dar marcha atrás. Se decidió a explorar la costa a lo largo del camino, lo que conduciría a una gran parte de sus tropas a perecer mientras cruzaban el desierto de Makran en lo que hoy es el sur de Pakistán. El número de soldados que murieron durante este viaje se ha estimado en 80.000.

Alejandro se enfrentó a todas las dificultades en igualdad de condiciones con sus hombres, pero el alto número de muertes minó su apoyo. De vuelta a casa en el corazón de su imperio persa, Alejandro comenzó a restablecer el orden y planear una expedición para rodear África a las puertas del mar Mediterráneo.

Según cuentan los diarios reales, después de un banquete de celebración, Alejandro enfermó de algún tipo de fiebre. No parecía tan grave al principio, pero después de doce días de constante deterioro, murió a la temprana edad de 32 años. La causa exacta de su muerte sigue siendo un misterio; algunos creen que incluso pudo haber sido asesinado. Después de todas las hazañas y riesgos en los que se vio inmerso, tuvo una muerte inmerecida para un hombre que había conquistado gran parte del mundo conocido durante su vida.

Genghis Khan

Genghis Khan fue uno de los gobernantes más poderosos de China. Consiguió un imperio se extendía desde Corea a Persia. Su padre fue una figura especialmente importante en su vida y fue después de su muerte cuando  adquirió más fortaleza y poder. Hay quienes creen que Kahn trataba de cumplir una promesa que hizo a su padre. Antes de cada batalla, le pedía su ayuda y protección para salir con bien de ella.

En 1224, el ejército de Kahn se dirigió hacia la India. Nadie fue capaz de detenerlo cuando sus ejércitos conquistaron una ciudad tras otra y marcharon sobre la montaña tras montaña, acercándose cada vez más a su próxima gran victoria. Finalmente llegaron a la última montaña que les llevaría a la conquista de la India. Kahn se levantó antes del amanecer y se subió a la cima de la montaña para planificar la próxima batalla. Cuando llegó a la cima, se detuvo asombrado. No hubria batalla, no había ningún soldado. A continuación, desde detrás de una gran roca salió un extraño animal.

Era pequeño, aproximadamente del tamaño de un ciervo joven, verde, y tenía un solo cuerno de color rojo y negro que sobresalía de su frente. Kahn quedó inmóvil. ¿Qué significaba esto? Reconoció en esta bestia al Chi Lin, el unicornio del que había oído muchas leyendas y cuentos.

El Chi Lin se acercó lentamente, en silencio y se detuvo frente a él, clavando sus ojos en los de Khan. A continuación, el unicornio se arrodilló tres veces a los pies de Khan, en una señal de reverencia.

El aire comenzó a brillar y una extraña fragancia envolvió a Khan, un olor que no había experimentado en mucho tiempo. Y por primera vez en su vida, sintió miedo. Cuando Khan miró a los ojos del unicornio, estos comenzaron a cambiar. A continuación, una sensación extraña pero familiar se apoderó de él. Era la misma sensación que Khan había sentido cuando su padre estaba vivo.

Mientras miraba al unicornio, sintió que los ojos de su padre eran los ojos del unicornio que estaban puestos en él. Khan tenía ahora un miedo real, ya que habían pasado casi 50 años desde la muerte de su padre. Entonces oyó su voz en la cabeza, tan clara como si su padre estuviera de pie junto a él.

A lo lejos, Khan podía oír débilmente el sonido de su ejército a medida que aumentaba la inquieta espera de la señal de ataque. Todavía no se movió. A continuación, el aire se hizo más claro y todavía seguía a su alrededor, la fragancia que siempre había asociado con su padre. De pronto se desvaneció y los ojos del unicornio volvieron a ser los mismos.

Khan lentamente se alejó del unicornio y a continuación se reunió con su ejercito. Un silencio cayó sobre ellos mientras esperaban a Khan para hablar. Cerró brevemente los ojos, y luego habló alto y claro, llegando su voz a cada oreja.

"¡Volved!" dijo. "Mi padre me ha advertido que no siga adelante." 

Dando la espalda a su ejército, vió una vez más a la extraña criatura ante él y las lágrimas llenaron sus ojos. El unicornio levantó la cabeza y se fue. India había sido salvado de la casi segura conquista por la intervención milagrosa de un unicornio!



ARRANCA "LA CASA DEL DRAGÓN", 1ª PRECUELA DE JUEGO DE TRONOS, COMO PRIORIDAD MÁXIMA DE HBO



En la presentación de novedades de HBO, Casey Bloys, jefe de programación de canal, anunció que el 2022 era la fecha elegida como límite para que llegara a las pantallas la primera precuela de "Juego de Tronos", la serie que ha acaparado un éxito sin precedentes durante sus nueve temporadas de emisión. 

Con el nombre de "La casa del dragón" llegará a nuestras pantallas la historia de la Casa Targaryen situada unos 300 años antes de como ya encontramos su historia en Juego de Tronos.

"El equipo está reunido diseñando la historia en estos momentos. Supongo que la veremos en antena durante el 2022", explicó Bloys a la revista Variety.

5 serán los "spin-offs" que derivarán de la serie original, pero por el momento 4 de ellos están en fase "piloto" y únicamente "La Casa del Dragón" ha sido elegida, saltándose el protocolo de elección y obteniendo la prioridad máxima del canal.

Esta nueva producción ha sido creada por George R.R. Martin, el autor de las novelas de fantasía épica en las que se basa "Game of Thrones", y por Ryan Condal, cuyo currículum incluye la serie 'Colony'.

Hace unos meses, HBO canceló sus planes para otra serie derivada de 'Game of Thrones' que iba a protagonizar Naomi Watts y que no convenció a los responsables de la cadena tras rodar su primer episodio (conocido en la industria como piloto, que sirve para ofrecer una impresión previa antes de decidir si sale adelante una hipotética serie).

"Los programas pilotos: a veces salen bien y otras no. Y yo diría que ese fue el caso aquí. No hay nada que señalar y decir que fue el problema", opinó Bloys en declaraciones a Variety.

Juego de Tronos es una de las producciones televisivas con más fans y un éxito sin precedentes que continúa fortaleciéndose a través de su Historia. En este caso, "La Casa del Dragón" estará basada en el último libro de R. R. Martin, "Fuego y Sangre"

"El equipo está reunido y diseñando la historia en la actualidad", informó Bloys, que confirmó además que Martin no se hará cargo de los guiones como llegó a especularse, sino que ejercerá las funciones de productor ejecutivo y consultor. Miguel Sapochnik y Ryan Condal, serán los showrunners y productores ejecutivos de esta primera precuela.



jueves, 6 de agosto de 2020

EL ÁRBOL DE LA VIDA. CUENTO DE DRAGONLANCE


El sol que caía a plomo sobre el rostro de la dríada le hizo lamerse los labios. Dirigió la mirada por enésima vez hacia el Dragón Azul y su jinete aplastado. Los restos esqueléticos de los árboles resecos se habían desplomado con la caída de los dragones desde el cielo, por lo que la zona se veía aún más desolada y calcinada por el sol que antes. Para la dríada, el paisaje era del todo distinto a su aspecto habitual. Ahora, en lugar del fresco bosquecillo y los prados bañados por el sol, sus ojos, en otro tiempo verdes, descubrían tierra abrasada y hierba seca, huesos de roca expuestos y troncos de árboles muertos. No había llovido en aquella región desde hacía mucho y la dríada sabía que si continuaba así, ella y su árbol morirían aquel mismo día.

Por debajo del pecho del jinete asomaba un gran odre de agua. La dríada maldijo en silencio el hecho de que ambos hubieran caído justo fuera de su alcance y de su mustio árbol. «Si el combate de Dragones hubiera empezado un poco antes y el Dragón Azul hubiera caído un poco más cerca —pensó—, tal vez habría podido salvar a mi árbol con el agua de ese odre». Pero, no podía alcanzarlo por algo más de un palmo.

Se volvió hacia su árbol y desesperó. La debilidad que sentía era un reflejo de la del reseco roble que la había engendrado, tantas temporadas atrás. Sólo unas cuantas lunaciones antes, la tierra era verde y fértil, con árboles, pájaros y otras formas de vida forestal. Ahora todos se habían ido… todos estaban muertos. Y, a medida que el paisaje cambiaba, lo mismo le ocurría a ella. Mientras las hojas caían de los árboles y la hierba se volvía quebradiza bajo el sol abrasador, su piel había pasado de la palidez al bronceado. Su largo y espléndido cabello, en otro tiempo de un vivo color verde, ahora era de un castaño mate y de apariencia quebradiza.

—¿Cómo puedo proteger la tierra de esta horrible sequía? No es natural —murmuró para su árbol. No obtuvo respuesta a la afligida pregunta. Apoyó la mano con delicadeza sobre una raíz prominente—. Eres el último árbol que queda, pero no durarás mucho más. Ojalá pudiera conseguir el agua de ese humano antes de que ambos muramos. Encontraríamos una solución. Sé que podríamos.

Se levantó una suave brisa que alborotó el cabello de la dríada alrededor de su cara. Unas cuantas hojas secas se arrastraron con desgana y volvieron a posarse. Las ramas de su árbol se destacaban nítidamente contra el recalentado cielo. Del roble colgaban unas cuantas hojas marchitas. En un esfuerzo por no pensar en la fatiga y la desesperación que la embargaban, la dríada miró más allá del árbol. A lo lejos, la reverberación del calor deformaba el asolado paisaje hasta convertirlo en la peor pesadilla de la dríada. Contempló la escena, hipnotizada, hasta que un jadeo de dolor interrumpió su ensoñación.

—¿Rayo? —gritó una voz de hombre—. Levántate —ordenó débilmente.

La dríada se puso de rodillas y observó cómo el hombre forcejeaba para salir a rastras de debajo del gran Dragón Azul. Había visto que el Dragón intentaba darse la vuelta en el último momento para proteger a su jinete, pero no lo había conseguido. Por el contrario, el cuerpo del Dragón cayó sobre las piernas del hombre y se las aplastó. Ella sabía que la pesada armadura de placas que cubría al hombre no mejoraba en nada la situación. No sólo entorpecía sus movimientos, sino que su oscura superficie con un lirio grabado también retenía el calor del sol. El humano ya estaba sofocado, observó la dríada, pero sin duda estaría mucho peor antes del final del día.

—¿Rayo? —El hombre consiguió extraer el odre de debajo de su cuerpo y se arrancó el yelmo de la cabeza con brusquedad, pero nada más—. ¿Estás malherido?

La dríada decidió intervenir.

—Humano, tu Dragón está muerto. El Dragón de Plata le infligió una grave herida en el vientre. Ha sido un combate glorioso —añadió—, si te gustan esas cosas. —Descubrió que le costaba hablar con voz lo suficientemente alta para que fuera audible—. Recordaré mientras viva el brillo del de Plata, digno rival de la gracia del Azul —declaró.

El hombre se volvió rápidamente hacia ella.

—¿Quién eres? —exigió saber. Su rostro tenía un aspecto rudo y cubría su cabello una costra de sangre seca que le confería un aspecto aún más siniestro que el color arena oscura que debía de ser su tono natural. La dríada advirtió que lucía un afeitado impecable.

—En absoluto una enemiga tuya, a menos que pretendas hacer daño a mi árbol —respondió la dríada fríamente. Y al instante, sabiendo que aquel hombre sostenía en sus manos algo de un valor inestimable para ella, añadió en tono más razonable—: Por supuesto, tus preocupaciones están en otro lado, por ejemplo en tus ciudades o en los cielos.

El hombre estaba a punto de decir algo, pero empezó a toser. Cuando hubo acabado, desenroscó el tapón de su odre y bebió un buen sorbo.

—¡Noooo! —gritó la dríada sin poder contenerse.

El hombre levantó la cabeza y lentamente volvió a enroscar el tapón del odre.

—¿Qué, tú también tienes sed? Bueno, pues no conseguirás ni una gota de mi agua hasta que me digas quién eres y qué haces aquí. —La frialdad de su escrutadora mirada taladró a la dríada.

Ella cambió de postura y se sentó cruzando las piernas. Se sentía un poco mareada. No le convenía desmayarse ahora, se dijo, malhumorada. Sonrió levemente y respondió:

—Soy la guardiana de esta área. —Indicó con un gesto los árboles deshidratados que la rodeaban. Sólo su roble se mantenía perfectamente erguido. Los demás estaban inclinados o se habían partido con la caída del Dragón—. Vivo aquí.

El hombre miró en derredor, hasta donde le permitía su posición.

—No es gran cosa como lugar donde vivir —afirmó, impertérrito.

La dríada conservó una cautivadora sonrisa en el rostro, pero por dentro acusó el insulto.

—Antes era un bosque con muchas arboledas y arroyuelos, pero una sequía sobrenatural lo ha matado.

La expresión del hombre no se alteró.

—Mira qué bien. No voy a decirte lo necia que eres por quedarte aquí, pero… Caramba, acabo de decirlo —añadió con sarcasmo—. Pero necesito tu ayuda para salir de debajo de Rayo.

La tristeza asomó fugazmente a su rostro.

—Te daré un poco de agua por tu ayuda.

La dríada dejó que pareciera que estudiaba la propuesta. En el pasado, su sonrisa y sus palabras amables y alegres bastaban para inducir a los humanos a hacer lo que ella quería. Pero ahora ya no parecían funcionar. Se miró brevemente la piel abrasada y supo que probablemente no estaba ni la mitad de hermosa que de costumbre. La falta de humedad se reflejaba en sus angulosos huesos y en su piel reseca. Incluso su cabello parecía abrasado. La recorrió otra oleada de debilidad y desesperación que no la dejaba pensar con claridad. Comprendió que pronto sería incapaz de moverse.

—¿Y bien? —preguntó taimadamente el humano. Intentó cambiar de postura para observarla con más comodidad, pero el dolor debió de ser demasiado intenso, porque hizo una mueca y cerró los ojos.

—¿Me das el agua que me has prometido? —preguntó ella finalmente—. He contestado a tus preguntas.

Su reacción no obtuvo ninguna por parte del hombre. Debía de haberse desmayado a causa del dolor, pensó.

—¿Humano? ¡Despierta! —gritó con voz ronca.

No hubo respuesta. Extendió el brazo todo lo que pudo y consiguió arañar el suelo al lado de la cabeza del hombre.

—¡Despierta! —Nada. Acarició suavemente la raíz que sobresalía del suelo, buscando el contacto con su árbol—. ¿Y si no se despierta? —murmuró—. Habré perdido mi última oportunidad de mantenerte con vida. —Inclinó la cabeza, concentrada, intentando llegar a la conciencia de su árbol. Percibió una vaga presencia, pero estaba demasiado escaso de energía—. Todo muere a mi alrededor —susurró entrecortadamente. Habría llorado, si le hubieran quedado lágrimas.

Otro gruñido de dolor atrajo su atención hacia el humano.

—Despierta —lo animó.

El hombre se incorporó ligeramente, apoyándose en el antebrazo derecho.

—Sácame de aquí debajo —exigió con rudeza. Su expresión era a un tiempo hostil y de dolor.

La dríada negó con la cabeza.

—Me has dicho que me darías un poco de agua si respondía a tus preguntas.

El hombre se limitó a mirarla fijamente unos instantes y luego asintió.

—Está bien. —Se dejó caer y desenroscó el tapón del odre. Vertió un poco de agua en el tapón y se lo tendió con la mano izquierda, teniendo buen cuidado en no derramarla.

—¿Nada más? —preguntó la dríada. Esperaba que le diera el odre entero.

—Bebe.

El tono de voz del hombre no admitía discusión, por lo que la dríada aceptó el tapón. En lugar de beberse el agua, la derramó muy despacio sobre la raíz prominente que acariciaba minutos antes. La expresión del hombre era de creciente incredulidad.

—¿Qué haces? —preguntó.

Ella esperó hasta que la última gota de agua cayera del tapón antes de devolverlo.

—Debo proteger a mi árbol —respondió. Le dirigió una mirada implorante—. Por favor, dame el odre para que mi árbol pueda vivir.

El hombre se apresuró a cerrar el odre con un movimiento brusco.

—¿Por qué? Tu árbol está muerto. Yo no. Tú no. Si me ayudas a salir de debajo de mi Dragón, te daré más. Debes ayudarme a reanudar mi viaje. Estoy seguro de que mis compañeros caballeros empezarán pronto a buscarme.

La dríada contempló la raíz para comprobar que había absorbido toda el agua. No se sentía más fuerte, no había sido suficiente.

—No puedo ayudarte —declaró en voz baja.

El caballero irguió la cabeza y la miró, furioso.

—¿Por qué no? ¿Tanto te opones a los objetivos de los caballeros de Takhisis que no quieres ayudarme a salir de debajo del cadáver de una montura? —preguntó—. ¿Lamentas la vida desperdiciada de este bosque, pero no quieres ayudar a que alguien que no es de este bosque conserve la vida?

—Sencillamente, no puedo ayudarte, humano —contestó ella con tristeza—. No soy lo que tú crees.

El hombre frunció el ceño.

—Bueno, pareces una elfa, menos por esa piel oscura. No recuerdo haber visto a un elfo silvestre con una piel tan oscura y sin tatuajes. ¿Qué eres, si no eres una elfa?

—Soy una dríada. Nací de este árbol que ves —le indicó. Otra brisa cálida agitó el aire alrededor de su cara.

—¿Y qué tiene eso que ver con que no puedas ayudarme? ¿O con obtener este odre que tanto codicias? —preguntó el caballero.

—No puedo abandonar la zona que rodea a mi árbol sin morir lentamente. Debido al estado de mi árbol paterno, he descubierto que mis confines son aún más restringidos —le dijo ella. «Si estuviera más fuerte —reflexionó— me plantaría ante él y lo amenazaría con quitarle ese odre. Ahora tengo que emplear la verdad para conseguir lo que quiero».

—Así, esto es lo más lejos que puedes llegar —dedujo él.

La dríada asintió. La antinatural postura del hombre debía provocarle grandes dolores y su armadura debía de darle mucho calor, pues ahora sudaba copiosamente.

—Cuando caísteis, intenté acercarme más, pero no tenía fuerzas para llegar más allá de este punto.

El caballero de la oscuridad asintió lentamente.

—Entonces supongo que no debería desperdiciar mis fuerzas hablando contigo, ya que no me sirves de ayuda. Me limitaré a esperar a que me encuentren los otros miembros de mi garra. —Desenroscó el tapón del odre y bebió otro sorbo de agua. Miró con expresión afligida al Dragón que le aprisionaba las piernas. Parecía estar tan apenado por la muerte de la criatura como frustrado por lo apurado de su situación.

—¿Tus amigos están a menos de un día de vuelo de aquí? —A juzgar por las heridas que tenía el caballero, quizá no sobreviviría hasta el día siguiente. La dríada sabía que su árbol tampoco.

—¿Por qué te importa? —replicó el caballero de la oscuridad mientras volvía a enroscar el tapón del odre.

—Tus heridas son tan graves que no creo que lleguen a tiempo —explicó la dríada.

Con la mano izquierda, el caballero señaló hacia sus piernas.

—Tengo las piernas aplastadas, pero no sangro.

—Pero te estás asando bajo este sol. Aún faltan varias horas para que caiga la tarde —comentó la dríada.

—Y tengo agua suficiente para aguantar hasta entonces —dijo el caballero apretando los dientes—. Y ya basta de tu incesante parloteo. Déjame tranquilo.

—No puedo. Mi árbol se está muriendo. Necesito con desesperación la poca agua que tienes para devolverle la salud —argumentó ella.

El caballero se dejó caer de espaldas.

—¿No creerás que esta bolsa de agua le devolverá la vida a tu árbol? Además, yo la necesito más. Debo sobrevivir hasta que me encuentre mi garra —replicó él.

La dríada apoyó la frente en las palmas de sus manos abiertas. El calor era cada vez mayor. Si lograba que el caballero le diera el odre, todo volvería a ir bien. Su árbol viviría y ella se recuperaría a su sombra.

—El agua curará a mí árbol —dijo, desafiante—. Tú eres el que está prácticamente muerto. Esa garra de la que hablas nunca te encontrará entre la desolación de esta tierra.

—Basta, dríada. Tengo que descansar y tus palabras no me hacen ningún bien —declaró el caballero, con voz a un tiempo enojada y cansada.

La dríada inclinó la cabeza.

—Por lo poco que sé de los humanos, creo que sería una locura por tu parte dormirte con las heridas que has sufrido, el golpe en la cabeza…

—¿En serio? ¿Y por qué lo crees?

Ella estuvo a punto de echarse a reír al comprobar que el hombre seguía respondiéndole a pesar de haberle dicho que se callara.

—Hace muchas estaciones, cuando aún había tres lunas en el cielo, un humano vestido de una guisa semejante a la tuya cruzó mi bosque. Llevaba una indumentaria de metal parecida, pero no lucía los mismos dibujos que tú, esas calaveras y lirios. Conservaba el yelmo en la cabeza, pero sin una de las alas metálicas, y estaba muy abollado. —Hizo una pausa para comprobar que él le prestaba atención—. Deambulaba sin rumbo fijo, a todas luces aturdido por algo. Vi que se sentaba y reclinaba la espalda contra un árbol, no muy lejos de aquí, y entonces se durmió. A la mañana siguiente, cuando mandé una sílfide a ser cómo estaba, descubrió que el humano había muerto durante el sueño.

—¿Tenía alguna otra herida? —preguntó el caballero tras unos largos instantes. La dríada temió que el sueño se lo hubiera arrebatado durante un par de minutos—. ¿Y qué es una sílfide? —añadió.

Ella decidió contestar primero la segunda pregunta.

—Las sílfides parecen elfos pequeños, salvo porque tienen alas y están hechas de magia y aire. Y en cuanto a las heridas, el humano estaba cubierto de pies a cabeza de metal, menos la cara, así que no lo sé —reconoció—. Durante la estación siguiente vino una hembra kender y se encontró al humano. Para entonces, la naturaleza ya había reclamado lo suyo, por lo que la kender sólo descubrió un esqueleto y el metal. Se llevó los restos que quedaban a rastras, a través del bosque.

El caballero refunfuñó, divertido:

—Así, incluso tú has sufrido la presencia de los kenders, ¿eh?

—Vienen por aquí de vez en cuando —admitió la dríada—. Nunca han intentado destruir este bosque, como a menudo hacéis los humanos.

—Siento discrepar —replicó el caballero. Volvió a incorporarse apoyándose en el codo derecho para escrutar a su interlocutora—. Incluso los kenders cortan árboles para despejar el terreno y cultivar los campos.

La dríada se encogió de hombros.

—Aquí nunca lo han hecho.

—Quizá sea así. —La miró fijamente unos instantes—. Si estás tan aislada como parece, ¿cómo sabes que los kenders son kenders y no sólo humanos bajitos? Es más, ¿cómo sabes algo sobre los humanos?

«Si sigo contestando a sus preguntas —pensó la dríada—, quizá me dé más agua para mi árbol».

—Mi árbol ha vivido centenares de estaciones. Poco después de germinar, me engendró a mí. Con el paso de las estaciones, he visto muchas formas de vida distintas. La mayoría, animales del bosque; pero he conocido a humanos, kenders, elfos e incluso a esos seres barbudos que se llaman enanos. Siempre intento prestar atención y aprender cómo es el mundo que me rodea —concluyó—. Y ahora, te lo pregunto de nuevo: ¿me das tu agua? Tú no vivirás más allá del ocaso y yo le daré un buen uso, no lo dudes.

El caballero soltó un bufido y luego forcejeó con el tapón del odre para abrirlo otra vez.

—De acuerdo, te daré otro tapón de agua, pero será mejor que te lo bebas tú. Nada de derramarla sobre tu árbol muerto. 

—Le ofreció el tapón extendiendo una mano temblorosa.

La dríada lo cogió y lo vertió deliberadamente sobre la raíz.

—¿No comprendes cómo actúa la naturaleza, humano? Yo nací de este árbol. Si consigo salvarlo, ayudaremos a este bosque a recuperar su estado normal. —Le devolvió el tapón. Esta vez, sus dedos se rozaron brevemente debido al temblor de la mano del caballero de la oscuridad, que le arrebató el tapón y rápidamente tapó el odre.

—¿Cómo puede tu estúpido árbol muerto salvar lo que queda de este bosque? —preguntó el humano con rudeza.

No le gustaba que se notase su debilidad, comprendió la dríada.

—Nunca hay que subestimar el poder de la naturaleza. Las sequías vienen y van, aún si son tan malas como ésta. Si consigo que mi árbol dure una semana más, o incluso un día más, quizá gane tiempo para que vuelva a llover.

—Me parece que no te has dado cuenta de lo que ha venido sucediendo por aquí en los últimos años —declaró el caballero con un matiz divertido en la voz—. Los dioses han dejado Krynn a nuestro cargo. Han venido grandes Dragones a hacerse con el control de las tierras. En algunos lugares, la propia tierra está cambiando para amoldarse al poder de esos Dragones. Es probable que, en este mismo momento, estés sentada en el territorio de algún Dragón, incapaz de hacer frente a lo que ocurre.

La dríada quería apartar la vista de los avasalladores ojos del caballero, pero no podía amilanarse precisamente ahora. Percibió cierta agitación en el fondo de su mente, lo que le indicó que esta vez su amado árbol sí había aprovechado el hilillo de agua.

—Si tal es el caso, que así sea —empezó a decir, alzando la voz—. De todos modos, estoy convencida de que vas a morir y que tu sangre regará la tierra sobre la que Yaces. Eso solo ya podría ayudar a mi árbol durante varias horas. Sin embargo, no bastará. Lo que de verdad necesito es tu agua antes de que mueras. Tu sacrificio permitiría que la tierra florezca de nuevo. Piensa en eso mientras el sol levanta ampollas en tu piel enrojecida y lo que llamas tu garra vuela en otra dirección, sin haberse percatado ni siquiera de tu ausencia. Piensa en eso cuando tu último aliento te abandone y comprendas que podías haberte procurado un lugar umbrío donde tu cuerpo descansaría para toda la eternidad. Piensa en eso cuando comprendas que tu egoísmo ha privado de esperanza al resto del mundo. Esperanza de vida. Esperanza de futuro. Los humanos conocéis la esperanza, por lo menos la corrompida esperanza de conseguir tierras, posesiones y todo lo que os es preciado.

El silencio siguió a aquellas duras palabras. La dríada agachó la cabeza y deseó ser capaz de llorar, porque sus lágrimas no eran saladas y podrían ayudar a su árbol a vivir más tiempo. Era evidente que había fracasado y el caballero de la oscuridad había preferido no hacerle caso hasta que volviera a desmayarse…, si es que no se había desmayado ya.

—Piensa lo que quieras, dríada, pero yo tengo mis propias creencias y mis propias metas que alcanzar —dijo finalmente el hombre—. Cuando me convertí en caballero de la oscuridad, tuve una Visión de lo que mi Reina deseaba de mí. Esa Visión hablaba de batallas ganadas en su nombre. Nunca dijo que yo debía entregar mi única esperanza de supervivencia a un espíritu de la naturaleza que se sienta al lado de un árbol muerto. En cuanto a mis compañeros caballeros vengan a rescatarme de debajo de mi Rayo, me curaré y volveré a cabalgar hacia la victoria para Takhisis.

La dríada levantó la cabeza y contempló la expresión del herido. Adivinó en ella dolor y sentido del deber.

—Así, las esperanzas que tienes depositadas en el futuro difieren de las mías, humano —murmuró, tras lo cual suspiró— Siempre me ha parecido que los humanos estáis demasiado decididos a saliros con la vuestra. No os tomáis el tiempo de mirar a vuestro alrededor y comprender que otros seres pasan también por la vida. Nunca pensáis que los arboles realizan su labor proporcionándoos sombra o que deberíais agradecer a los pájaros que gorjearan sobre vuestras cabezas. Si no hubiera árboles ni pájaros, no podrías alcanzar esas metas que tu señora te ha impuesto.

El caballero volvió a dejarse caer de espaldas, reprimiendo un gemido de dolor. «Pese a lo colorado que está por efecto del sol, se adivina que está pálido —pensó la dríada—. Debe de tener una hemorragia».

—¿Y ésos son los pájaros de los que hablabas? —preguntó el hombre, en cuanto se hubo acomodado.

Ella alzó la vista y divisó unos buitres que volaban en círculo sobre ellos.

—Incluso los carroñeros sirven a un propósito, caballero.

—Sí, se comen la carne de los caídos. Mi garra suele darles caza. Son bestias inmundas, siempre planeando sobre el campo de batalla —afirmó en tono airado—. Supongo que vienen a por Rayo. Ojalá tuviera a mano mi ballesta.

La dríada suspiró y meneó la cabeza.

—Si alguien no se comiera a los muertos, estaríamos rodeados de cadáveres.

—¿Entonces no te importa? —preguntó el caballero, intentando sacarla de quicio—. No te importa que te arranquen trozos de carne, que se peleen por tus despojos. ¿No te mortifica? —Se rió sin ganas—. Los buitres son seres repulsivos que se ceban en aquellos cuya muerte debería honrarse de un modo más apropiado. Sé de un compañero caballero que llevaba un anillo de familia que quería dejar en herencia a su hija. El anillo había pasado de generación en generación desde antes del Primer Cataclismo. Lucía el símbolo del jabalí, en homenaje a un suceso que proporcionó grandes honores a su familia. Al parecer, un gran jabalí había estado a punto de destripar a un miembro de la nobleza de Ergoth y el antepasado de aquel hombre le salvó la vida matando al jabalí, con lo cual se ganó la gratitud de la aristocrática familia. Desde entonces era una herencia que pasaba de primogénito a primogénito. Sin embargo, por culpa de unos buitres, no pude recuperar el anillo del cadáver del caballero y mandárselo a su hija. Los buitres debieron comérselo antes de que yo llegara al lugar.

La dríada meditó sobre la historia unos momentos.

—Para empezar, haces mucho hincapié en los vínculos del honor —respondió al cabo. Una expresión irritada asomó al rostro del hombre—. En segundo lugar, si yo muero lejos de mi árbol, es justo que mi cuerpo pase a formar parte del ciclo de la vida —dijo con calma—. No obstante, mi intención es volver a introducirme en mi árbol antes de morir.

—¿Y si tu árbol muere contigo dentro? ¿Qué pasará entonces?

La dríada observó que los buitres se posaban en el suelo, a unos metros de distancia.

—Mi cuerpo deja de existir cuando me integro en mi árbol —dijo con aire ausente. Dirigió al hombre una incisiva mirada—. ¿Te sientes insultado por mi sinceridad?

El caballero negó con la cabeza, débilmente.

—Decir la verdad es un rasgo admirable. No me siento insultado si pregunto algo y tú me respondes sinceramente. Al hacer la pregunta, me expongo tanto a las falsedades como a las verdades. Aunque una falsedad puede hacerme sentir más cómodo, prefiero oír la verdad. Así sé a qué atenerme.

La dríada se volvió hacia los buitres que se iban congregando.

—Yo prefiero decir siempre la verdad cuando es posible. Pero he descubierto que los humanos adoptan a menudo comportamiento exactamente contrario. Al menos eso es lo que he visto que ocurre con aquellos que han hablado conmigo.

El caballero frunció el ceño.

—No has hablado con muchos caballeros, ¿verdad? Aunque servimos a una señora del Mal, nuestro honor requiere sinceridad.

La dríada sonrió irónicamente.

—Entonces la verdad no puede ofenderte.

«El calor del sol ha debido afectarme —pensó. Se examinó la piel. Se veía tan seca y muerta como el paisaje circundante—. No sobreviviré mucho más. Ni mi árbol tampoco».

—No, no puede —convino el hombre. Ya no sudaba, pero debería, se dijo la dríada.

Los buitres se acercaron a saltitos. Se iban aproximando lentamente. Si nada los importunaba, seguirían arrimándose hasta que pudieran desgarrar la carne del Dragón Azul. El de Plata le había rajado el costado y abierto una gran herida que facilitaría las cosas a las aves carroñeras.

—Si mueres aquí porque tu garra no se presenta, como tú insistes en que hará, ¿no habrás mancillado tu honor mintiéndote a ti mismo? —preguntó cautelosamente la dríada.

El hombre permaneció en silencio unos segundos antes de contestar. Para la dríada, el tiempo se alargaba de una forma exasperante. «Me estoy muriendo lentamente», pensó.

—Mi garra volaba justo delante de mí cuando el Dragón de Plata y su jinete me tendieron la emboscada —desveló el caballero—. Libramos un feroz combate en los cielos, pero Rayo fue malherido por la lanza del otro jinete. Después, el Dragón de Plata despanzurró a mi Rayo y ambos caímos irremediablemente —dijo. Ahora su voz tampoco era mucho más que un susurro, pensó la dríada.

—¿De modo que el resto de tu garra se marchó volando y confían en que ya los alcanzarás? ¿Cómo crees que sabrán dónde venir a buscarte?

El caballero suspiró.

—Saben qué rumbo llevábamos. Pueden calcular dónde me quedé atrás. De hecho, deberían estar aquí dentro de poco.

—¿Estás seguro de que no te estás engañando a ti mismo? —inquirió la dríada con voz débil—. ¿Y no mancillas tu honor si cuentas una falsedad, aunque sea a ti mismo?

—En eso no había pensado —admitió él—. Tendría que responder que sí. —Se incorporó lentamente hasta adoptar una postura que le permitiera beber un sorbo de agua del odre. Cuando terminó, estuvo a punto de caer de nuevo, retorciéndose de dolor.

—¿Y tú? ¿Te mientes a ti misma cuando dices que este odre ayudará a vivir a tu árbol y al resto de este bosque?

—Quizá no al bosque. Pero el árbol —respondió ella—, el árbol tiene poderes extraordinarios. Posee la magia suficiente para darme vida a mí. No me cabe duda de que si sacrificas tu agua ayudarás a que el árbol reviva. Y si mi árbol vive y crece, quizás otros lo sigan…, incluso ante tus grandes Dragones y su magia destructiva.

Ambos guardaron silencio, sin dejar de contemplar a los buitres que se aproximaban cada vez más a su festín. Justo cuando estaban a punto de desaparecer de la vista y atacar la herida abierta del Dragón, la dríada hizo un esfuerzo, apeló a sus últimas reservas y se puso de rodillas para gritar con toda la fuerza que le quedaba:

—¡Heeeeeyaaaaah!

Las aves, sobresaltadas, desplegaron las alas y se dispersaron para posarse a corta distancia. El caballero también dio un respingo y se volvió para mirar a la dríada. Ella se dejó caer al suelo y se tumbó, exhausta.

—¿Por qué has hecho eso? —preguntó el caballero con voz calma.

La dríada se encogió de hombros. Aunque su vínculo con el árbol se había reforzado ligeramente con las reducidas dosis de agua, estaba demasiado débil para hablar.

—Toma, bebe un poco de agua. —El caballero le tendía otro tapón lleno del líquido. La mano le temblaba más que antes y parte del líquido cayó al suelo. La dríada alargó la suya muy despacio y cogió el tapón. Inmediatamente roció las raíces de su árbol y devolvió el tapón. Al instante se sintió un poco mejor. Poco a poco, volvió a levantarse hasta quedarse sentada. El caballero la miraba, intrigado.

—¿Por qué has ahuyentado a los buitres? —volvió a preguntar.

Ella se encogió de hombros.

—No les tenías ningún aprecio.

—Después de tu discursito sobre cómo forman parte de un ciclo natural, ¿por qué has decidido ahuyentarlos? —preguntó el hombre—. Debes de tener una razón. —Parecía cansado—. Sólo lo has hecho para conseguir más agua, ¿verdad?

A la dríada le dolía la cabeza. El sol ya estaba bien alto en el cielo, el calor estaba en su cénit.

—Ya que prefieres la verdad, debo contestar «sí» a tu pregunta.

El rostro del caballero expresaba sus dudas, de modo que la dríada miró más allá de él y advirtió que los buitres volvían a acercarse.

—Observa los buitres —dijo—. Casi me he quedado sin energía, luego te quedarás solo. —El hombre la miró consternado—. ¿Creías que yo viviría más tiempo que tú, caballero? Para eso necesitaría mucha más agua —indicó, con una voz que apenas era un ronco jadeo.

—Estás en mejor estado que yo —la contradijo el hombre con indiferencia—. Venga, siéntate bien y hablemos. Tú lo has dicho: si me duermo, quizá no vuelva a despertar.

La dríada esbozó una sonrisa.

—Me temo que ya no puedo seguir hablando. Soy yo quien debe quedarse dormida y no volver a despertar.

Permanecieron sentados en silencio un rato, mientras el caballero sopesaba la revelación. El sol caía implacable sobre sus cabezas. El caballero parecía debatirse en medio de algún dilema. Inclinó el torso hasta que su rostro estuvo muy cerca del suelo. Si volvía el rostro y mantenía los ojos abiertos, aún podía ver al hombre.

Finalmente, él la miró.

—Dríada —la llamó alzando la voz todo lo que pudo. Ella tenía los ojos cerrados—. ¿Dríada? ¡Te daré un poco más de agua! —gritó.

«Demasiado tarde», pensó ella, antes de perder el conocimiento.

Poco después notó una inyección de fuerzas. Levantó la cabeza. El cielo se oscurecía con el crepúsculo.

—¿Caballero? ¿Cuánto tiempo ha pasado? —preguntó. No recibió respuesta. Dirigió la vista hacia el lugar donde yacía el hombre. Había agachado la cabeza y extendido el brazo. Su mano aferraba un odre de agua vacío. Curiosamente, ya no había buitres por los alrededores.

La dríada se volvió hacia su árbol y vio que luchaba por revivir y que lo conseguía hasta cierto punto.

—Ese hombre ha muerto con honor —susurró mientras se ponía en pie. La comprensiva reacción de su árbol era una mezcla de pena y esperanza.

Autora: Miranda Horner

Miranda Horner es una diseñadora y editora de juegos que ha trabajado en una serie de productos para varios juegos de rol, incluidos Dungeons & Dragons y el juego de rol de Star Wars .

«El árbol de la vida» es obra de esta autora, nueva en las antologías, pero no para quienes ya disfrutan con el juego de rol de Dragonlance. Miranda Horner cuenta la conmovedora historia de una dríada y sus esfuerzos por salvar a su árbol moribundo.




JUEGO DE TRONOS

JUEGO DE TRONOS

OTRAS CRIATURAS FANTÁSTICAS

OTRAS CRIATURAS FANTÁSTICAS