Había una vez dos mujeres, madre e hija, que vivían en la montaña. A la hija le gustaba vestirse de rojo, y por eso la llamaban la hermanita roja.
Cierto día estaban las dos en el campo cultivando. De pronto sopló un fuerte viento y apareció en el cielo un dragón, que extendió sus garras y atrapó a la hermanita roja, llevándosela hacia el occidente.
La madre percibió la voz de su hija que le traía el viento:
-Para salvarme apóyate en mi hermano menor. Madre, madre, recuérdalo.
-Yo sólo tengo una hija, de dónde voy a sacar un hermanito? preguntó la madre al cielo, restregándose las lágrimas.
Y volvió a su casa medio tambaleándose.
Cuando iba por la mitad del camino, la rama de un ciruelo se quedó enganchada en su pelo blanco. La anciana se lo desenredó, y viendo que en la rama había una ciruela roja la arrancó y se la tragó. Cuando llegó a casa dio a luz a un niño con toda la cara colorada, y lo llamó Yangmeizi, o sea hijo del ciruelo.
Yangmeizi creció a pasos agigantados y en tan sólo unos días ya se había convertido en un muchacho de quince años. La madre quería que fuera a rescatar a su hermana, pero temía, al mismo tiempo, que el niño corriera algún peligro. Así, se la pasaba llorando a escondidas.
Cierto día llegó volando un viejo cuervo, se paró en el alero de la casa y gritó:
-La hermana está penando, la hermana pena, la cueva del dragón es un mar de lágrimas. Tiene cicatrices en la espalda, las manos. La hermana pena, la hermana está penando.
Yangmeizi escuchó el canto y preguntó:
- Mamá, ¿yo tengo una hermana mayor?
- Si, hijo — respondió llorando — se llama hermanita roja, porque le gusta vestirse de ese color. Ha sido secuestrada por un dragón. ¡Ese dragón ha asesinado a mucha gente!
Yangmeizi recogió una gran palo.
-Quiero ir a matar al dragón dijo para salvar a mi hermana y a la gente.
La anciana se quedó en el portal observando cómo se alejaba su hijo. Caminando y caminando Yangmeizi iba por el borde de una montaña cuando vio una piedra que le obstruía el paso. Para continuar había que pasar por sobre la roca, que era muy resbalosa, y si se daba un paso en falso, existía el peligro de caerse y romperse la cabeza.
-"Este es un tigre que obstruye el camino", pensó, "si no se quita mucha gente se caerá."
Entonces clavó el palo por abajo de la piedra e hizo fuerza, pero ¡crac! el palo se partió.
Entonces comenzó a cavar con las dos manos por abajo de la roca, la empujó con fuerza, y la piedra rodó hasta el valle. En el hueco que había dejado, apareció un lusheng dorado. Yangmeizi lo levantó y lo sopló: ¡qué bien sonaba!
De pronto las ranas, las culebras y otros animales del camino comenzaron a bailar. Cuanto más rápida era la música más rápidos se movían, y cuando paraba el sonido, la danza se detenía.
Yangmeizi se dijo:
—¡Oh! ya tengo un método para arreglármelas con el dragón.
Así, siguió su camino llevando el instrumento, hasta que llegó a una montaña rocosa, y notó que un feroz dragón estaba recostado en una gruta, con un montón de huesos humanos a un lado. Vio también a una muchacha vestida de rojo que llorando y con un pico en la mano, trabajaba en la cueva del dragón. El dragón azotaba la espalda de la chica con su cola, al tiempo que decía:
- Malo, malo, malo, pequeña mujer. Conmigo no quieres casarte. Picarás todo el día, para siempre para que vivas sufriendo.
Yangmeizi se dio cuenta de que aquella muchacha era su hermana y gritó :
-Odioso dragón, odioso dragón, torturas a mi hermana mayor. Tocaré el lusheng sin parar para que vivas muriendo.
Y así empezó a tocar el lusheng y el dragón se puso a bailar sin poder dominarse. La hermana inmediatamente tiró el pico y salió corriendo de la cueva.
Yangmeizi no paraba de tocar y el dragón danzaba estirando la cintura, sin cesar, doblándose y dando vueltas. Y cuando más rápida era la música, más violentos eran sus movimientos.
La muchacha se acercó a su hermano para hablarle, pero él le hizo un ademán indicándole que no podía parar de tocar, porque de lo contrario el dragón se los comería. Yangmeizi tocaba y tocaba, cada vez más rápido, y el dragón se doblaba y se contorsionaba cada vez más, hasta que, echando fuego por los ojos y jadeando, le rogó:
-¡Hey, hermano, hermano! No toques más, no me tortures. Dejo que tu hermana vuelva. Perdóname la vida!
Pero Yangmeizi no estaba dispuesto a parar la música y siguió tocando al tiempo que caminaba hacia un estanque. El dragón le seguía atrás, bailando, hasta que ¡plaf! cayó al agua. Y allí siguió bailando, doblándose, contorsionándose.
El agua se subió unos cuantos zhang. El dragón ya no podía más, echaba fuego por los ojos, aire por la nariz y jadeaba, y casi afónico le rogó:
-¡Hey hermano, hermano! - perdóname la vida. En el fondo del estanque no me atreveré a cosas malas hacer.
Yangmeizi contestó:
-Odioso dragón, odioso dragón. Has dicho que en el estanque no harás nada malo.
El dragón asintió con la cabeza y el muchacho dejó de tocar.
Al parar la música, el animal se hundió en el agua.
Así, de la mano de su hermana y sonriendo, Yangmeizi emprendió el camino de regreso. No habían caminado mucho cuando oyeron un ruido en el agua. Entonces se dieron vuelta para mirar: el dragón estaba subiendo a la superficie, levantaba la cabeza y venia, con las garras abiertas, volando hacia ellos.
La hermana dijo:
-Si se cava, hay que cavar hondo y las hierbas hay que sacarlas de raíz. Si no se muere el dragón seguirá haciendo a la gente infeliz.
Yangmeizi, entonces, corrió al lado del estanque a tocar el lusheng.
El dragón se volvió a meter al agua y siguió bailando como loco.
Así, Yangmeizi tocó durante siete días con sus noches, el dragón se quedó paralizado, hasta quedarse flotando en el agua, muerto.
Los dos felices hermanos regresaron a casa con su cadáver. Cuando la anciana se dio cuenta de que venían sus dos hijos, sonreía de oreja a oreja. Entonces tomaron la piel del animal para hacer una casa, los huesos para hacer las vigas y cortaron sus cuernos para fabricar un arado. El arado así hecho no necesitaba ser arrastrado por bueyes y araba muy rápido. Así cultivaron muchos campos, plantaron numerosos cereales, y vivieron muy felices muchos años.
Cuento de la nacionalidad yao
El Lusheng, es un instrumento de viento usado
por las nacionalidades mino, yao y dong.