Era imposible llevar a la pantalla la saga de fantasía Canción de Hielo y Fuego; eso opinaban muchas personas y no es un detalle menor que entre ellas se contara su propio creador, George R. R. Martin. Era demasiado densa, tenía demasiados personajes y había demasiadas subtramas argumentales para que fuera posible entretejerlas todas en una película de tres horas. La palabra clave era «demasiado» y quitar algo sustancial era como manipular un castillo de naipes: un solo roce hace que todo se desmorone.
Además, había que pensar en los fans. La devoción no es incondicional y cortar rebanadas enteras de texto para hacer una película que llevara el título de la saga pero no su corazón hubiera despertado una reacción tan rápida como virulenta. Por otra parte, los lectores de esta saga no son los típicos del género. Martin le ha suministrado a la fantasía una inyección de literatura general, gracias al ritmo de la historia, la legibilidad de los personajes y la intensidad de las escenas de acción. Al prescindir del héroe, la ramera, el villano y la bruja, que son los ingredientes habituales de la fantasía, Martin le da una gran profundidad a sus personajes. Son personas de verdad en un mundo de verdad, al menos el mundo que él ha creado.
Había otra solución para resolver el problema del demasiado: adaptarla para televisión era claramente la mejor opción. Eso dejaba una puerta abierta, pero seguiría requiriendo paciencia. No se podía explicar todo y seguir algunas líneas argumentales resultaría al principio un poco difícil. No obstante, habría recompensas, ya que el mundo de Martin iría volviéndose más claro a medida que progresara la serie.
Por suerte, aquello no era nuevo para los telespectadores de las dos últimas décadas. Eso tenemos que agradecérselo a HBO, la cadena que iba a supervisar la adaptación televisiva de las novelas para convertirlas en la serie Juego de Tronos. HBO es, indiscutiblemente, la reina de la televisión refinada, gracias a su sistema de conseguir el dinero a base de suscripciones en vez de a través de la publicidad, lo que significa que no le afectan las habituales imposiciones con las que han de cargar otras cadenas.
Tras el éxito de series como The Wire y Los Soprano, entre otras, los telespectadores están acostumbrados a mundos en los que hay que meterse a fondo porque lleva tiempo que desplieguen las historias. Los personajes van tomando cuerpo en vez de aparecer a la primera de cambio como si ya hubieran alcanzado la cumbre de la virtud humana. A diferencia de lo que sucedía antes, cuando la televisión se consideraba la hermana fea del apuesto hermano que era el cine, ahora la pequeña pantalla puede ser garantía de excelencia; de hecho, mucha gente la elige para entretenerse el fin de semana y se pasa seis horas ante un mundo nuevo en el televisor en vez de ir al cine.
El viaje a la pantalla de Juego de Tronos empezó en 2006 en la comida que dos hombres jóvenes compartieron con uno de mayor edad, un orondo mago que suele ir completamente de negro. George R. R. Martin ya había oído de todo. Aquellos dos hombres no eran los primeros que acudían a él pensando en verter su descomunal saga a la pantalla. Desde que se publicó el libro por primera vez, Hollywood había cortejado a Martin. Él escuchaba, desde luego: siempre se mostraba cortés, reprimía los bostezos y evitaba poner los ojos en blanco cuando los productores entonaban odas a la franquicia al mismo tiempo que explicaban todas las escenas que tendrían que cortar para convertirla en una película. Luego Martin se iba a su casa tras rechazar la oferta, a pesar, como decía él, de las carretadas de dinero que le ofrecían. Se había resignado a que su serie nunca se viera en la gran pantalla.
Pero aquellos dos hombres, con los que Martin siguió hablando mucho después de acabada la comida, lo convencieron de que podían hacer lo imposible.
Weiss recuerda que recibió un paquete postal con los libros y leyó algunas páginas. El algunas pronto se convirtió en centenares y no tardó en hacer lo que no había hecho desde que era niño: devorar un libro y acabárselo en cuestión de días. Estaba enganchado, al igual que Benioff.
Benioff le contó a la web de entretenimiento Collider: «Nos mandaron los libros con la idea de que pensáramos en la adaptación cinematográfica. Pasamos una semana leyéndolos, una semana en la que nos lo pasamos mejor que con todo lo que habíamos leído hasta entonces, y nos dimos cuenta de que no funcionarían como largometraje, porque eran de una complejidad descomunal, con muchísimos personajes y subtramas argumentales.»
Vieron que la versión fílmica tendría que simplificarlo todo y «recortarlo hasta, quizás, una sola línea argumental, de modo que fuera la película de Jon Nieve o la película de Daenerys, o de cualquier otro, y probablemente acabaríamos eliminando alrededor del 95 % de los personajes, la complejidad y las líneas argumentales. Eso no nos interesaba. Queríamos mantenernos lo más fieles posible al mundo de George, sabiendo que iba a haber ciertas desviaciones, pero no queríamos desprendernos de todo aquello que lo hacía tan especial».
Benioff también explicaba que, a diferencia de muchas otras sagas de fantasía, aquellos eran libros escritos para adultos: «Esto no es fantasía escrita para chicos de doce años. Lo que no significa que no haya chavales de esa edad a los que les encantarían, pero en su mayor parte se trata de un público lector más sofisticado. Queríamos conservar eso y también la sexualidad de los libros. Una película apta para menores acompañados con un Tyrion que nunca dijera la palabra que empieza con c, no sería Tyrion, y queríamos conservar ese tipo de cosas. Sabes que a alguien le van a cortar la cabeza y que verás brotar la sangre, y no quieres quitarlo para que sea una película para menores acompañados, porque para eso solo puede haber dos derramamientos de sangre por hora.»
Martin se llevó una buena impresión de su encuentro con Benioff y Weiss, y se fue pensando que tal vez, solo tal vez, había encontrado su —pequeña, sin duda— partida de guerreros dispuestos a jugárselo todo para hacerse con su propia versión del Trono de Hierro adaptando Canción de Hielo y Fuego. Por su parte, ellos, como le habían dado vueltas a la idea de una película, también sabían que tendría que ser una serie de televisión y le plantearon la idea a la única cadena de verdad: HBO.
El 18 de enero de 2007, Martin dio la noticia que los fans de los libros habían estado esperando. HBO había adquirido los derechos para hacer la serie: «Sí, es cierto. El invierno va a llegar a la cadena HBO. Canción de Hielo y Fuego va a estar en muy buenas manos. Estoy muy contento de haber cerrado un acuerdo con HBO.»
No obstante, Martin, todo un veterano de la televisión, se apresuró a advertir a los nerviosos fans que tenían por delante «un largo y tortuoso camino». A lo que luego añadió que «una serie de televisión no se materializa de la noche a la mañana, claro está. No vais a ver Juego de Tronos en HBO la semana que viene ni la vais a grabar de TiVo el mes que viene. A lo mejor, el año que viene por estas fechas estaréis viendo a Tyrion y Dany y Jon Nieve en esos anuncios promocionales de HBO.
»Me han dicho que a HBO le gusta y están haciendo un presupuesto, pero todavía no le han dado luz verde. Además, los guionistas están en huelga, así que a saber lo que estará sucediendo en Hollywood. Pero HBO es lo que he querido para esto desde el primer momento. Cuando esté acabada la saga en los libros tendrá unas diez mil páginas y eso es demasiado incluso para una serie de películas. Por otra parte, hay un montón de sexo y violencia, lo cual hace que no haya pensado muy en serio en las cadenas de televisión. HBO puede hacerlo como hay que hacerlo; así que cruzo los dedos. Ahora todo está en manos de HBO».
El autor debería haber hecho caso de su propia advertencia. Desgraciadamente, no llegó al cabo de un año, ni de lejos. En junio de 2008 un Martin muy frustrado les contó a sus fans mediante una entrada de blog que «Juego de Tronos sigue siendo un guion que se desarrolla y no una serie que ya se produce».
Continuó la explicación en otra entrada del blog: «Desde el primer momento, me he dicho a mí mismo: “No te emociones mucho con esto porque si luego no sale adelante el golpe será terrible.” Unas palabras muy sabias, aquellas. Soy un tío muy listo, pero decirlo es más fácil que hacerlo. He fracasado. No puedo estar más emocionado y si HBO decide pasar del asunto, por la razón que sea, me quedaré hecho polvo. Así que esperemos que, en lugar de eso, pronto se me vea dar saltos de alegría.»
Al principio se planteó que cada temporada durara doce horas; luego se rebajaron a diez. David Benioff —quien describió la serie como Los Soprano en la Tierra Media— y D. B. Weiss planearon adaptar una novela por temporada y pensaron escribir ellos todos los episodios de cada temporada excepto uno, del cual se encargaría el propio Martin. Al final no fue así y al equipo se unieron otros guionistas. A pesar de planear que Martin escribiera un episodio por temporada, no pasaba mucho tiempo en la grabación. Convocar a un escritor al plató de rodaje, dijo, es «de tanta utilidad como ponerle pezones a una coraza».
Por fin, la primera temporada empezó el 17 de abril de 2011, una fecha que marcaba el final, y de hecho también el principio, de años de sudor y lágrimas. Benioff admitió que trabajar en la serie fue un proceso aterrador, porque había que seguir con un proyecto disparatadamente ambicioso e intentar ignorar una vocecita interior que insistía en que quizá no hubiera público; es decir, que quizá todo aquel trabajo era en vano, ya que el éxito del libro no implicaba que la serie de televisión fuera a tener mucha audiencia.
Martin también estaba nervioso. Declaró a The Guardian: «Habían hecho cosas estupendas con el drama histórico en Roma, el western en Deadwood, el mundo de los gánsteres en Los Soprano. Habían redefinido cada uno de esos géneros y los habían puesto en otro nivel, así que pensaron que podían hacerlo con la fantasía. Ahora mismo estoy entusiasmado, pero tengo momentos de “Ay, Dios, ¿y si es terrible?, ¿y si es un fracaso?”. He trabajado diez años en proyectos de Hollywood, series como La Dimensión Desconocida y un montón de pilotos que nunca vieron la luz, y me han partido el corazón unas cuantas veces, así que sé todo lo que puede ir mal.» Por suerte, aquel no iba a ser el caso, y Weiss y Benioff respiraron aliviados cuando las dos primeras temporadas demostraron que había mucho público convencional para la fantasía.
Sobre la adaptación de su serie, Martin dijo: «Me gusta que David y Dan estén haciendo una adaptación fiel, así que, cuando las escenas son los pasajes de los libros, me gustan. Y me gustan también las escenas nuevas, las que no están en los libros, sino que las añaden David, Dan y los otros guionistas.» No obstante, admitió que echaba de menos pasajes que habían quedado fuera, «las escenas de los libros que no están en la serie de televisión y que yo desearía que estuvieran. Cuando veo un episodio pienso: “Ah, ahora pasará esto”, y entonces resulta que no va aquel fragmento, pero entiendo que tiene que ser así. Disponemos de diez horas, no hay más; no se pueden poner todos los diálogos y todos los incidentes en la serie de televisión, hay que ir directo al grano. Ojalá tuviéramos más de diez horas; no mucho más: doce por temporada sería ideal. Si hubiéramos dispuesto de esas dos horas extras, podríamos haber incluido algunas de esas pequeñas escenas de personajes que habrían ayudado a desarrollarlos y hacerlos más reales; elaborar su profundidad y sus contradicciones, y que sean un poco más sutiles. Pero no contamos con doce horas; tenemos diez. Habida cuenta de esa limitación, creo que la serie de televisión es extraordinaria».
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