Mucho tiempo antes de empezar a escribir descubrí algo que se producía en mi interior: experimentaba «sueños diurnos» en los que me hallaba en un glaciar de Islandia recibiendo clases de un ser de la naturaleza. A menudo estuve allí y viví muchas cosas. Tras este tipo de experiencia me sentía muy despierta y fresca y con necesidad de escribir lo vivido y experimentado. Lo que vivía se diferenciaba claramente de un sueño, pues nada estaba borroso, poco claro o incierto. A continuación describiré mi primera experiencia:
"Salía de mi cuerpo, aterrizaba en una isla y esperaba en el puerto a ver si llegaba alguien en un barco. Una buena amiga pasaba casualmente por allí, pero se encontraba con su familia y no tenía tiempo para mí. Así que se fue. Tras esperar largo rato, me quedó claro que debía buscar algo yo sola. Un curioso transeúnte me dio una postal. La estudié y llegué a la conclusión de que me debía encontrar en Islandia. En el centro de la postal podía distinguir un glaciar que me observaba, así que arranqué a correr.
Al mismo tiempo, la zona se volvía cada vez más solitaria e inhóspita; no se veía ni un alma. Yo seguía caminando, hasta que me encontré frente a un gigantesco glaciar. El hielo en el centro del corazón de Islandia. Éste se abrió de repente ante mí y fui absorbida por el glaciar. Fue toda una sorpresa descubrir que sentía calor, aunque siempre había asociado el hielo con el frío. Los espacios a los que llegué eran de un color azul intenso. Sorprendida, averigüé que aquí bullía vida.
Surgían seres que parecían humanos, pero que estaban creados de forma distinta y que tenían dimensiones curiosas. Eran muy particulares e iban vestidos de maneras diferentes; algunos llevaban túnicas ligeras, otros trajes medievales, otros iban cubiertos con harapos de distintos colores y formas... Tenían algo diferente, definitivamente no eran humanos. Sus ojos eran como mares negros en los que no se reflejaba nada. Algunos se comportaban de forma muy dispar: parpadeaban, arañaban, pronunciaban frases que interrumpían a la mitad o que no tenían ningún sentido, cambiaban de repente sus vestidos, hacían muecas, payasadas, risas por aquí, gorgoteos por allá. Una felicidad especial invadía aquel espacio.
Aunque estos seres parecían adultos, se comportaban como niños. Y yo me sentía muy extraña en su presencia. Todavía no sabía qué era todo aquello. Llegué a una sala llena de extrañas inscripciones que habían sido grabadas sobre piedra, bronce, papel y hielo. Un vigilante de mirada severa guardaba el lugar, en algunas partes ordenado y en otras desordenado, que yo asociaba a una especie de biblioteca. Cada vez que yo me fijaba en una inscripción e intentaba comprenderla, parte de la sala se vaciaba y desaparecía como si se hubiera evaporado, o bien se configuraba de un modo completamente diferente ante mí.
Aunque esto me confundía, seguí avanzando. Finalmente llegué a una sala muy luminosa. Parecía una iglesia o una catedral. De repente me vi ataviada con un vestido blanco que parecía un traje de boda. Pero no tenía ningún novio. Había muchos seres distintos reunidos. No sabía si me sonreían o se burlaban de mí. Entonces se me acercó una especie de sacerdote. Levantó con mucha ligereza una pila de bautizo de piedra y vertió sobre mí toda el agua que había en su interior. Estaba un poco desconcertada, pero enseguida el agua se secó. El sacerdote me observaba sonriente y, de repente, supe que me encontraba ante un ser natural.
Entonces pude verlos: elfos, hadas, enanos, gnomos, vulcanis, los representantes del pueblo diminuto. Todos reían, saludaban y me sonreían. Tenían su propia forma de comportarse, donde el sentido se encuentra en el sinsentido. Al reconocerlo, experimenté una pequeña iluminación y me invadió un sentimiento de felicidad. Entonces mi mirada se detuvo en un bello rosetón. Éste empezó a moverse lentamente, pero cada vez giraba más rápido. En él vi ángeles, seres iluminados, criaturas de la naturaleza, seres humanos y también demonios. Cada vez se movía a más velocidad hasta que se desintegró en mil pedazos. Reconocí que todas estas partes eran fuerzas anímicas, también mi alma.
Cuantas más partes integre en mí y más me una a ellas, más completa seré —pensaba— y mayor será mi comprensión. Hasta que me funda con la unidad. En este momento me uní de nuevo con los seres naturales, con los seres de mi verdadera naturaleza. Justo en ese momento se abrió un túnel de luz y, antes de darme cuenta, ya estaba de nuevo en la superficie terrestre. Todo era tan real que en todo momento me mantuve despierta. La unidad estaba en mí como una experiencia de mi pasado. Corno si hubiera transcurrido un día. En ningún momento tenía la sensación de haberme dormido. Escribí esta vivencia y, al terminar, pedí recibir una señal.
Un día más tarde me visitó una buena amiga, precisamente la que había vislumbrado en la escena del puerto. No sabía nada de lo relacionado con Islandia. Me trajo una postal de Islandia y me dijo que quizá podía utilizarla. Era realmente impresionante: ¡la postal era igual que la de mi sueño! En ella había incluso representados los seres que había visto. Me invadió una gran alegría. Ésta era la señal que había pedido.
Tras esta experiencia, descubrí que mi visión de los seres naturales se había ampliado. Desde entonces puedo verlos con los ojos abiertos, sin esfuerzo, en la naturaleza o en imágenes de ella, en las personas, animales y plantas. Los seres naturales tienen su propia manera de mostrarse y comportarse. Desde entonces muchas noches he estado en ensueños en este glaciar y también en otros lugares de la naturaleza. He podido descubrir muchas cosas de este maravilloso mundo donde habitan estas criaturas naturales que son capaces de transmitirnos su fuerza mágica.
Autora:
Jeanne Ruland
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