domingo, 6 de septiembre de 2020

LEYENDA DEL DRAGÓN DE RODAS


El Dragón de Rodas, habitaba una profunda caverna, de la que no salía sino para devorar a los hombres y a los animales haciendo entre ellos atroz carnicería, lo cual había difundido el temor y la desesperación en toda la isla, habiendo perecido varios caballeros que quisieron libertar de él al país. 

Este horrible monstruo tenía, al parecer, la cabeza y el cuerpo de cocodrilo, las patas de león, la cola de serpiente y unas cortas alas que no podían servirle para volar.

Un día, un noble caballero, llamado Bozón, resolvió libertar a Rodas de aquel terrible azote o morir en la demanda. En consecuencia, mandó construir un maniquí absolutamente parecido al dragón, y ejercitó a dos enormes dogos en combatirlo atacándole por las partes del cuerpo no cubiertas de escamas, mientras acostumbraba a su caballo a acercársele sin terror. Cuando creyó que sus animales se hallaban suficientemente adiestrados, se presentó a la entrada de la caverna del monstruo, el cual acudió en seguida, trabándose una espantosa lucha.

Los dogos aturdían al dragón con sus ladridos, hostigándole sin cesar cada uno por su lado y dándole crueles mordiscos: el caballo, obediente a la mano de su dueño, daba vueltas en torno del horrible reptil, mientras que el jinete asestaba a éste vigorosas lanzadas.

Este desesperado combate duró más de media hora; pero finalmente, aprovechando Bozón un momento favorable, le hundió su lanza por la juntura del hombro y le atravesó el corazón.

El dragón lanzó tan agudo silbido, que se le oyó a más de media legua a la redonda; abrió su espantosa boca, de la que se escaparon oleadas de negra, purulenta e infecta sangre; agitó las alas, se retorció por tierra y al fin murió. Los caballeros de Rodas, para recompensar el valor y la abnegación de Bozón, le nombráron, poco tiempo después de su victoria, gran maestre de la orden.

Hemos de notar, con Plinio, que no todos los dragones tienen patas y alas; que Juba no sabe lo que dice cuando asegura que tienen crestas, y que los antiguos dan a menudo el nombre de dragón a las serpientes, con tal que sean lo suficiente grandes para tragarse un elefante, un hombre o sencillamente un niño.

Por ejemplo, la serpiente que, en tiempos del emperador Claudio, se tragó un muchacho en las cercanías de Roma, debió ser un dragón de esa especie.

Si hemos de creer a Onesicrito, esos dragones se domesticaban con bastante facilidad; cuenta que en tiempo de Alejandro, un rey de la India había criado dos, uno de los cuales tenía ciento veinte pies de longitud, y el otro ciento treinta y cinco.

Por lo demás, todos sabemos que Pablo de León, así como el filósofo Heráclides, habían cada cual domesticado un dragón.

Pero la historia de Thoas el Acaino es ciertamente la más hermosa de todas.

Este hombre había criado en su propia casa un dragón, y como lo cuidaba muy bien, el animal le era muy adicto.

El dragón adquirió tan gran tamaño y tan terrible fuerza, que Thoas acabó por temer que devorara a alguno de sus vecinos, y como era hombre pacífico, resolvió librarlos de tan peligrosa vecindad; condujo el dragón a un desierto, lejos de la ciudad y le abandonó en él.

Transcurrido algún tiempo, pasaba por un bosque, cuando se vio asaltado por unos bandidos que se proponían robarle y asesinarle. El desdichado Thoas se defendió como pudo; pero ¿qué hacer contra tantos enemigos? Ya iba a sucumbir, porque en aquel solitario lugar ningún ser humano podía oír sus gritos de socorro y sus lamentaciones, cuando de repente retumbó en el bosque terrible silbido y un espantoso monstruo, arrastrándose y saltando por entre las malezas, se precipitó sobre los asesinos, enlazándolos entre los mil anillos de su escamoso cuerpo, destrozándolos con sus agudos dientes, estrechándolos, ahogándolos y matándolos con sus horrorosos apretones; luego va y se tiende apaciblemente a los pies de Thoas.

Era su antiguo dragón, que había acudido en socorro del que fue su dueño y amigo cuya voz había reconocido.

El historiador no dice cómo se atestiguaron mutuamente su gozo y su cariño; pero después de este ejemplo de amistad en un dragón, puedo citar un ejemplo de patriotismo entre las serpientes, que no es menos singular...



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