domingo, 6 de septiembre de 2020

SERPIENTES Y CULEBRAS


Las serpientes y las culebras que comen en Provenza con salsa picante, y que eran el principal alimento de los antiguos trogloditas, fueron divinizadas en Grecia, en Roma y entre los negros de África. 

Los hebreos, al abandonar su trigésimo cuarto campamento del monte Hor, entre Idumea y el país de Canaán, temiendo carecer de agua y molestados por las langostas que les caían del cielo como nubes, estallaron en violentas murmuraciones contra Moisés, por lo cual el Señor les castigó sembrando su camino de serpientes ígneas (Ígnitos serpentes), cuyas picaduras mataron a gran número de ellos. Por compasión de su pueblo arrepentido, Moisés, por orden de Dios, hizo levantar en el campamento, al extremo de una larga percha, una serpiente de bronce ante la cual se prosternaron y cuyo milagroso poder curaba a cuantos la miraban con devoción. 

Cuando no quedaron ya serpientes ígneas, destrozaron la de bronce cual lo harían actualmente. Esto que he dicho pertenece a la Historia sagrada y no es ningún cuento.

Los griegos, que tenían más delicadeza de ingenio que los judíos, adoraban también una serpiente. He aquí la leyenda:

"El dios de la poesía, Apolo, era pobre como un poeta, lo cual le obligó en su juventud a ser peón de albañil para no morirse de hambre. Tuvo un hijo de la ninfa Coronis, que fué Esculapio, y no pudiendo Apolo señalarle un dote, quiso cuando menos darle educación y una posición en el mundo.

Por aquel entonces sucedió, pues, que una enorme serpiente, probablemente una hidra, inspiró tal temor a Hipólito, hijo de Teseo, que perdió el corazón y la cabeza; se dejó caer de su carro, cuyos caballos se habían desbocado, y murió de resultas de las contusiones recibidas. Cuando hubo muerto, sus herederos pensaron en llamar al médico del vecino lugar, y justamente ese doctor resultó ser Esculapio. 

A lo que parece, los hijos de los dioses, como los hijos de los reyes, se verían muy apurados para ganarse el pan cotidiano si se hallaran abandonados a sí mismos, por lo cual Esculapio se hallaba en la mayor perplejidad, cuando encontró en su camino una hermosa culebra, verde sobre el lomo, amarillenta bajo el vientre. Tuvo con ella amigable conversación, pues en aquel tiempo las bestias hablaban, aunque no escribían, lo cual distingue a aquella época de la nuestra. La culebra enseñó a Esculapio el secreto de resucitar a un muerto, e Hipólito volvió a la vida.

Júpiter no es un político torpe; comprendiendo en seguida el peligro que existiría en resucitar a los hijos de reyes muertos, para dar ejemplo fulminó con sus rayos al pobre médico, que creía haber hecho una obra maestra. Pero a poco comprendió el rey del cielo que había estado un poco violento, y compadecido por las lágrimas y los ruegos de Apolo, resucitó a Esculapio y le convirtió en dios. El doctor, al subir al cielo; llevó consigo a su buena amiga la culebra, y ambos fueron a cobijarse en una constelación, que, a causa de ello, tomó el nombre de Serpentaria.

Esculapio descendía alguna vez sobre la tierra, y bajo la forma de serpiente, habitaba su templo en Epidauro y hacía oráculos que llegaron a ser célebres en el mundo y enriquecieron prodigiosamente a sus sacerdotes. Estos, para entretener la credulidad supersticiosa de los griegos, exponían algunas veces a la serpiente dios a la veneración del pueblo, mostrándosela llena de vida y de salud. Lo más curioso es que los romanos, cuando se apoderaron de la ciudad, rindieron grandísimos honores a la serpiente y pusieron grande empeño en llevársela a Roma, creyendo que continuaría obrando milagros. Pero como no se llevaron a sus sacerdotes, el dios se obstinó en permanecer mudo, y los romanos, fastidiados de su silencio, acabaron por arrojarlo al Tíber.

Por lo demás, la culebra de Esculapio es un hermoso animal, del todo inocente, que alcanza de seis a siete pies de longitud: se encuentra en el mediodía de Francia, en Italia, en todo el Sur de Europa y en África."

Es bastante singular que los negros de Juidah hayan escogido precisamente la misma especie para hacer de ella su gran fetiche. La alojan en un templo de cañas y, como en Epidauro, tiene sacerdotes y sacerdotisas para servirle y jovencitas para esposas; estas muchachas se llaman betas, y este nombre me parece bastante bien escogido. Cuando comienza a ajarse su juventud, su gran fetiche las desdeña, y entonces los sacerdotes las arrojan del templo y van en busca de otras, no siéndoles difícil hallarlas, gracias al método que emplean para ello. Armados de enormes rebenques, recorren la campiña acompañados de mujeres viejas, las cuales se arrojan sobre todas las hermosas jóvenes que encuentran, y si éstas oponen resistencia, las doman apaleando a las recalcitrantes.

Si parientes o amigos de las muchachas quieren impedir este rapto, acuden los sacerdotes en auxilio de las viejas sacerdotisas, derriban a garrotazos a los que se oponen y se llevan devotamente a las hermosas cautivas. 

En la gran Enciclopedia de Diderot y Dalembert, en la palabra Fetichismo, encontraréis este cuento de viejas...


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