domingo, 6 de septiembre de 2020

SERPIENTES: MÁGIA Y TRANSFORMACIONES


En la antigua ciudad de Amiclea, en el reino de Napóles, se tenía tal veneración por las serpientes, que jamás mataban ninguna; por lo cual se multiplicaron tan prodigiosamente, que los habitantes se vieron obligados a abandonar la ciudad y a emigrar del país.

Todo el mundo conoce la historia de los magos de Faraón que trocaron sus varitas en serpientes, hecho sorprendente para aquella época. Pero los Ofiógenos, los Marsos y los Psillos de la antigüedad, los esnakemans de la India y los charlatanes del Cairo, actualmente, en nada les ceden, pues cambian las serpientes en varitas, a voluntad. En la India, los esnakemans pretenden gozar del poder de encantar al más peligroso reptil de aquellas comarcas, el terrible naia, o serpiente con anteojos; lo cierto es que lo manejan impunemente (probablemente después de haberle arrancado sus colmillos venenosos), lo domestican y le enseñan a ejecutar cierta danza, al son de su flauta.

Los charlatanes del Cairo domestican igualmente serpientes muy venenosas, tales como las escitalos, y hasta una especie más terrible aún, la hajé, que no es sino el áspid de los antiguos.

Después de hacerle dar, bajo su mando, gran número de vueltas más o menos singulares, anuncian a los curiosos que van a transformarla en un bastón y obligarla a hacer el muerto. En consecuencia, le escupen en la boca y la obligan a cerrarla, la tienden en el suelo y le ponen la mano sobre la cabeza mascullando palabras mágicas que nadie entiende ni ellos tampoco. Inmediatamente la hajé se pone derecha, inmóvil y tiesa como un bastón.

Cuando les acomoda hacerla salir de aquel estado cataléptico, le arrollan fuertemente la cola entre las manos, y el animal recobra el movimiento cual si saliera de un sueño letárgico.

M. E. Geoffroy Saint Hilaire, que creía mucho menos que nosotros en esos cuentos de viejas, sospechó si existiría un hecho fisiológico en aquel pretendido sortilegio, y sin temor a cometer un sacrilegio transformó él mismo una hajé en bastón sin palabras misteriosas y sin otra magia que apoyarle con alguna fuerza un dedo sobre la cabeza, cerca de la nuca.

Según parece, en la antigüedad, la hajé, o si se quiere mejor, el áspid, era, moralmente, mucho más perfeccionada que hoy.

He aquí un hecho relatado por Pilarco y citado por Plinio, autores respetables y de mucha autoridad entre los narradores de cuentos:

"Por descuido se había introducido un áspid en la casa de un egipcio; éste pudo matarlo, pero por compasión dejó de hacerlo y hasta le cuidó. El animal, reconocido, se aficionó sinceramente al egipcio y a su familia, permaneció en la casa y en ella nacieron sus pequeños. Existe un proverbio que dice: tales padres, tales hijos; y esta historia prueba que el tal proverbio puede mentir...

Un día el áspid había aprovechado el buen tiempo para ir a dar un paseo por el campo, y durante su ausencia, uno de sus pequeñuelos mordió a un hijo de su huésped, de cuyas resultas murió el infeliz casi inmediatamente. Cuando el áspid regresó de su paseo se enteró de la espantosa noticia, y tan grande fue su dolor, que de resultas por poco se muere. En su justa severidad juzgó que la ingratitud de su hijo merecía la muerte, y le mató con sus propios dientes, abandonando luego para siempre la casa en compañía de sus demás hijos".

Todos esos reptiles venenosos, naja, hajé, víbora, áspid, serpientes de cascabel, cerasto cornudo, etc., etc., cuya mordedura causa la muerte en pocos minutos, son el terror del hombre, rey de la naturaleza, y , sin embargo, todo su fatal poder de destrucción se aniquila ante el de una comadreja, un puerco o hasta de un débil pájaro.

En América, particularmente en Carolina del Sur, los puercos que se lleva a pastar a los campos, en los bosques, engordan particularmente de serpientes de cascabel, que persiguen y comen sin inconveniente, y esto no es ningún cuento. 

A orillas del Nilo, la mangosta, el marabú o rata de Faraón, se nutre casi exclusivamente de serpientes y otros reptiles. 

En Francia, una comadreja, gruesa como el puño, ataca sin vacilar a la mayor víbora y la come. Según los autores y los viejos narradores, este combate no está exento de peligro para ella; pero gracias a sus conocimientos en botánica, sale casi siempre en bien del apuro: en cuanto se siente mordida, suspende el combate, busca la planta llamada viborera (Echium vulgare, Lin.), se refriega sobre ella y se siente milagrosamente curada, volviendo al combate con nuevas fuerzas y nuevo valor.

Los negros del Senegal sienten gran veneración por el marabú, especie de cigüeña cuyas plumas sirven para adornar sombreros y complementos de moda. Esta ave, de fisonomía triste y fea y de andar grave, se pasea constantemente en torno de los pantanos para dar caza a las serpientes y a las culebras.

El secretario, otro pájaro del tamaño del marabú, con las piernas aun más largas y un pico corvo cual el de un ave de rapiña, se alimenta casi en absoluto de serpientes venenosas; pero sabe atacarlas con astucia para no ser mordido. Se le acerca de un salto, le da un vigoroso aletazo, se retira, y recomienza esta maniobra hasta que tiene aturdido al reptil, conseguido lo cual, le coge con sus patas largas y cubiertas de escamas, se eleva más o menos en los aires, lo deja caer sobré la tierra o sobre las rocas, y lo come cuando ha muerto en su caída.




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