sábado, 28 de mayo de 2016

EL DRAGÓN SÍMBOLO DEL VERBO DIVINO

 
Hay otra idea referente al dragón que parece haber nacido en pleno paganismo; es la que relaciona este animal fabuloso con el Verbo divino, igual que el paganismo egipcio se relacionaba el ibis con el «Verbo creador».
 
Las antiguas cristiandades de Siria, de la Alta Armenia y de los centros nestorianos más orientales probablemente la conocieron, pues las relaciones entre el Oriente Próximo y el Extremo Oriente, en el primer milenio de nuestra era, eran mucho más frecuentes de lo que se suele imaginar; por lo demás, era una idea que existía en el Jurasan, Afganistán y el Panyab.
 
Todavía en nuestros días, el dragón es para el lamaísmo y el budismo indotibetano el emblema de la Vida y el Verbo divino, de la palabra conservadora de la vida en la tierra.
 
«El dragón, dice René Guénon, el antiguo símbolo extremoriental del Verbo, tan sólo despierta ideas "diabólicas" en la mente de los modernos occidentales».
 
En Birmania y las regiones del valle del Río Azul que la rodean, el dragón es representado, como creador, echando por la boca el mar de las aguas primitivas que contienen el primer emblema de la vida en el mundo. Y sin duda,  por este papel de su boca, se relaciona con la Palabra del Dios creador.

En Annarn, el dragón es emblema de poder, y representa además la persona del emperador. También es el guardián de los tesoros ocultos. Agreguemos que, tanto en estas regiones como en la India y el Tíbet, el dragón suele considerarse un ser psicagogo, pues sobre sus alas o sus hombros son alzados y llevados hacia el Compasivo las almas de los ascetas después de muerte de los cuerpos a los que animaban en la tierra. Así emigró de este mundo hacia la inmensidad dichosa la santa alma de Milarepa.
 
Es históricamente seguro que los antiguos apóstoles del cristianismo en la China no anatematizaron la imagen del dragón local, pues en la cúspide de la estela cristiana levantada en Kin-chau-se en 1625 hay sobre la cruz una especie de cúpula coronal sostenida por dos dragones.
 
Todos los pueblos del globo que han tenido fe en una divinidad suprema, creadora de la tierra y de los mundos, así como de la vida que hay en estos mundos, han adorado la palabra omnipotente que ha gritado por el espacio las leyes que rigen la gravitación de esos astros y los gérmenes de vida que en ellos se han desarrollado.
 
Ya fuese entre los pontífices de Egipto el Verbo creador; entre los griegos, el Logos; entre los druidas de los galos, la boca de Ogmios; entre los lamas y gurús del Tíbet, entre los bonzos de Indochina y de la China, la Voz de Dios o la Palabra increada, el Verbo divino, aunque mal conocido, mal servido y deformado a ultranza, no deja por ello de ser el Verbo de Dios, que «era en el principio sin el cual ninguna cosa fue creada, y es la vida misma y la luz de  hombres».
 
Y para el cristiano, todo homenaje y toda adoración dirigidos al Verbo divino, aunque venga de los más obstinados paganos, sube hacia Cristo, Palabra divina del Padre, lo mismo que todo cuerpo, lanzado al espacio, se va a su pesar hacia su centro real.

 
 
 

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