martes, 26 de mayo de 2020

LA PRINCESA DRAGÓN




Junto al lago de Dungting hay una montaña. En la montaña hay una caverna, que es tan profunda que no tiene fondo. 

En una ocasión, hubo un pescador que cuando iba andando por allí, se escurrió y se metió dentro. Llegó a un lugar lleno de caminos maravillosos que se extendían durante muchas millas, pasando por valles y montañas. 

Al final, llegó al palacio de un dragón, situado sobre una amplia llanura. Allí había una capa de limo verde que le llegaba hasta las rodillas. Llegó a la puerta de entrada del castillo. Un dragón montaba la guardia; escupía agua que se convertía en luminosa niebla. 

Al otro lado de la puerta, dentro del recinto, había un dragón sin cuernos, que levantaba la cabeza, le señalaba con la garra y no le dejaba entrar. El pescador pasó varios días en el agujero. Calmaba el hambre con el lodo verde, que sabía como las plantas de arroz. Por fin se volvió a encontrar fuera. 

Contó lo que le había sucedido al hombre del ministerio, que a su vez informó al emperador. El emperador hizo llamar a un sabio y le preguntó por aquel asunto. 

El sabio le respondió: 

«Ese agujero tiene cuatro salidas. Una lleva a la orilla sudoeste del lago Dungting. La segunda lleva a un valle del país de las Cuatro Corrientes, la tercera desemboca en una caverna de la montaña Lofu y la cuarta en una isla del mar del Este. En ese agujero vive la séptima hija del rey dragón del mar del Este, la cual se dedica a vigilar sus perlas y tesoros. 

En los tiempos antiguos, ocurrió que un aprendiz de pescador robó una perla que estaba bajo la barbilla de un dragón negro. El dragón estaba dormido; por eso el muchacho pudo robarle la perla sin correr peligro. El tesoro de la hija del dragón está precisamente constituido por miles y millones de esas nimiedades. Tiene varios miles de dragoncillos a su servicio. Los dragones tienen la característica de tener miedo de la cera. Les encantan las piedras de jade que son bonitas, las cavernas donde hay verdín y les gusta comer golondrinas. Cuando se les envía un emisario, pueden regalarle costosas perlas». 

El emperador se alegró muchísimo y ofreció una gran recompensa a aquel que fuera capaz de ir al palacio del dragón como emisario. 

Primero se presentó un hombre que se llamaba So Pi-Lo, pero el sabio dijo: 

«Un antepasado tuyo mató hace mucho tiempo a cien dragones del mar del Este y los dragones le mataron al final. Los dragones son enemigos de tu familia, así que tú no puedes ir». 

Luego llegó un hombre de Cantón, Lo Dsi-Tschung. Éste, que venía con dos hermanos, dijo que algún antepasado suyo había estado políticamente emparentado con la familia del rey dragón. Por lo tanto, estaban en buenas relaciones con los dragones; en consecuencia, rogaban que les dejaran ser los emisarios. El sabio les preguntó: 

«,Tenéis todavía la piedra que doblega a los dragones?». 

«Sí le contestaron , la hemos traído.» 

El sabio hizo que se la mostraran. Después se dirigió a ellos:

«Esta piedra sólo sirve para los dragones que hacen las nubes y que envían la lluvia: no sirve para los dragones que guardan las perlas del rey del mar». 

Les volvió a preguntar: 

«¿No tenéis nada para someter a los dragones?». 

Cuando dieron una respuesta negativa, el sabio les preguntó:

«¿Cómo vais a someter entonces a los dragones?». 

El emperador preguntó: 

«¿Para qué?». 

El sabio le contestó: 

«En el mar del Oeste hay comerciantes extranjeros que venden pases para tratar con dragones. Hay que ir allí e intentarlo con ellos. También sé de un hombre santo que es un entendido en los secretos de los dragones y que tiene diez libras de piedras de dragones preparadas. También habrá que enviar a alguien allí». 

El emperador envió embajadores, que se encontraron con un discípulo del santo y que consiguieron de él dos piedras planas. El sabio dijo: 

«Ésta es la piedra correcta». 

Pasaron algunos meses y y consiguieron una píldora para poder estar entre los dragones. El emperador estaba muy contento e hizo que sus joyeros cortaran dos tablillas del jade más fino, que fueron pulidas con las cenizas del árbol de la cólera; luego hizo preparar una esencia del más fino verdín de las cavernas, al que dio consistencia con gelatina de pescado y fue endurecido al fuego. Con ese material construyó dos jarrones. Luego hizo que los emisarios se untaran de cera vegetal el cuerpo y la ropa y les dio quinientas golondrinas asadas. Así se dirigieron a la caverna. 

Al llegar al palacio del dragón, el pequeño dragón que estaba de centinela a la puerta olió la cera. Se encogió y no les hizo nada. Entonces le sobornaron con cien golondrinas para que les anunciara a la hija del dragón. Les dejaron entrar y presentaron como regalo los jarrones, las tablillas de jade y las cuatrocientas golondrinas. La hija del dragón los acogió con agrado y entonces le entregaron la carta del emperador. 

En el palacio había un dragón de tres mil años que podía convertirse en hombre y que podía traducir el lenguaje de los hombres. La hija del dragón entendió entonces que el emperador le había mandado un regalo y correspondió con tres grandes perlas, siete perlas pequeñas y un cántaro lleno de perlas corrientes. Los emisarios se despidieron, montaron con sus perlas sobre un dragón y al instante se encontraban a la orilla del Yangtsekiang. Entonces se dirigieron a Nanking, la capital del imperio, y allí le entregaron las perlas al emperador. 

El emperador estaba muy contento y se las mostró al sabio. Él le dijo: 

«De las tres grandes perlas, una es una perla de los deseos de los dioses de tercera calidad y dos son perlas de dragón negro medianamente buenas. De las siete perlas pequeñas hay dos perlas de serpientes y cinco son perlas de bivalvos, todas ellas de primera calidad. El resto de las perlas son en parte perlas de grullas marinas y en parte perlas de ostras y caracoles. No se iguala su valor con el de las perlas grandes, pero en tierra habrá pocas perlas idénticas a ellas». 

El emperador se las mostró más tarde a toda su servidumbre, que tomaron las palabras del sabio por bobadas y no se creyeron nada de lo que había dicho. El sabio respondió: 

«La perla de los deseos de primera calidad tiene un resplandor que se ve a cuarenta millas de distancia, la de calidad media a veinte y la de tercera a diez millas. Mientras se vea su brillo no hay viento ni lluvia, ni truenos y relámpagos, no hay agua, ni fuego ni armas. Las perlas del dragón negro son de nueve colores y lucen de noche. En cuanto se ve su luz, el veneno de las serpientes y de los insectos queda anulado. Las perlas de las serpientes son de siete colores, las de los bivalvos de cinco. Todas ellas lucen de noche. Las mejores son las que no presentan manchas. Se producen en el estómago de los bivalvos y crecen y decrecen al ritmo lunar». 

Cuando uno de ellos le preguntó cómo se distinguían las perlas de las grullas y de las serpientes, el sabio le respondió: 

«Los propios animales las reconocen». 

El emperador hizo que se eligieran en secreto una perla de serpiente y una de grulla y las mezcló con todo un recipiente lleno de perlas corrientes y las echó en el suelo del patio. Entonces fueron a buscar una gran serpiente amarilla y una grulla negra y las pusieron entre las perlas. Inmediatamente la grulla cogió la perla de grulla en el pico y empezó a cantar, bailar y revolotear a su alrededor. La serpiente, por su lado, reptó hacia la perla de serpiente y se enrolló dando varias vueltas a su alrededor. Cuando la gente lo vio, entonces creyó las palabras del sabio. 

También lo que había dicho sobre el brillo de la perla grande y de la pequeña fue exactamente como lo había dicho el sabio. Los emisarios habían recibido en el palacio del dragón delicados alimentos: flores, hierbas, ungüentos y azúcar. Lo que les había sobrado lo habían llevado a la capital. Pero en cuanto lo sacaron al aire, se endureció como si se tratara de piedras. 

El emperador ordenó que lo llevaran a la cámara del tesoro. Luego concedió a los tres hermanos una buena posición social y títulos y les regaló a cada uno mil rollos de fino paño de seda. También hizo que se investigara por qué el pescador no había sido asesinado por los dragones cuando entró en la gruta. Resultó que su traje de pesca estaba mojado de aceite de lino y de cera vegetal. Los dragones habían tenido miedo del olor.



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